En la zona más oriental de la rasa de Llanes, casi en los límites con la frontera del vecino Concejo de Ribadeva, se puede ver, cuando las olas, el viento y la pleamar se ponen de acuerdo, el bufón de Santiuste.
Fuimos por casualidad.
En realidad, nosotros íbamos a hacer fotos a la playa de la Franca, que se encuentra en las cercanías, cuando de pronto desde la carretera me percaté de que el bufón considerado el mayor del Concejo, su chorro puede llegar a alcanzar los 40 metros de altura, estaba activo.
Aparcamos el coche en las proximidades de la que fue “La Posada de Santiuste”, anduvimos unos metros por la carretera en dirección a Buelna, giramos a la derecha por un estrecho camino, cruzamos la vía del tren, salvamos una saltadera y a unos pasos más apareció el surtidor de agua marina funcionando al compás de las olas.
Nos acercamos, siempre manteniendo una distancia prudente, y durante un largo rato, a pesar del sonido estremecedor, como si el mar” hirviera”, me quedé ensimismada disfrutando del espectáculo que, al lucir el sol, lo acompañaba el arco iris. El grito corto de lo que debía de ser un colirrojo tizón, que no logré distinguir, me sacó de mi abstracción, entonces divisé a una tarabilla posada en un lugar prominente, como si también ella quisiera contemplar el bufón en primera fila.
Después, me fijé que en las inmediaciones predominaba la roca desnuda con restos de arena expedida por el chorro de agua y algunas plantas que se adaptan a vivir sometidas a los vientos y gotas saladas, como las clavelinas de mar, que todavía tenían algunas flores de tonos rosa, y los insulsos cenoyos de mar.
De repente, como si el bufón quisiera jugar con nosotros, gastarnos una broma infantil, una suerte de orbayu salado nos empapó e hizo que nuestra ropa y nuestro pelo brillaran con el agua, al igual que la hierba a nuestros pies.
Volvimos por donde habíamos ido, y decidimos visitar “La Posada de Satiuste”, de la que solo restan unas ruinas, en las que se adivinan las caballerizas, la cocina y las habitaciones. Sabemos que en ella, el 10 de agosto de 1791, Jovellanos, con el que últimamente me vengo “cruzando”, se detuvo a desayunar y descansar en su segundo viaje a la zona de Llanes.
De regreso a casa, me vino a la cabeza que estas singularidades geomorfológicas y paisajísticas, que son nuestros bufones, aunque protegidos como Monumentos Naturales siguen en peligro porque, entre otras cosas, todavía hay quienes les arrojan plásticos y latas con el fin de verlos volar por los aires empujados por el agua a presión.
Y no puedo dejar de pensar que quizá no hago bien escribiendo de ellos.
Imágenes, Valentín Orejas
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