(Esta expresión muy llanisca que sustituye a la frase “Voy a bajar al puerto con el palote y la lata a coger gusana para ir a pescar a La Barra)
Por si a alguien se le ha olvidado, la “gusana” (“Arenicola marina”), es un gusano, valga la redundancia, que con cierto parecido a la lombriz común vive bajo la arena, en aguas someras y de escaso calado (zona intermareal), donde excava un túnel en forma de “U” en el que pasa la mayor parte del tiempo engullendo arena, rica en zooplancton y fitoplancton, y caracterizándose por defecar enormes cantidades de sedimento desde la profundidad de la tierra hacia la superficie de las playas, dando como resultado unas llamativas construcciones en espiral.
Recibían diferentes nombres según los lugares de la costa donde se hallarán, como eran “xorrón”, “xorra”, “coco” o “cagón”, jocoso nombre este último, debido a los montoncitos de arena, de forma semejante a las deposiciones de un can, que produce al alimentarse. Dicho nombre popular es muy acertado, aunque los citados montoncitos, como ya hemos dicho, no son otra cosa que deshechos de su organismo mezclados con las partículas absorbidas del sustrato.
Curiosamente, los excrementos de este animal resultan altamente beneficiosos para los ecosistemas marinos, sirviendo de sustento a infinidad de microorganismos.
Para abastecernos de tan codiciado cebo, unos nos dirigíamos hacia la zona del puerto entre el muelle Merlón (la “cabezona del Sablin), el “Campu’l gatu” y la Rula, donde buscábamos las arenas negras fermentadas, pues allí estaban las gusanas más enormes, substanciosas y apetecibles, pero sin acercarte al Sablín, que allí no las había, porque sus arenas estaban muy limpias y oxigenadas, aunque no “vos” lo creáis.
Hace algunos años era diferente. En las tiendas de efectos de pesca apenas se podían encontrar un par de cebos distintos, cucharillas, imitaciones y dos o tres tipos diferentes de gusanos para encarnar. Pero hoy no, hoy las cosas han cambiado mucho y en cualquier tienda que se considere especializada en pesca será fácil encontrar una interesante variedad de diversos señuelos y cebos para pescar cualquier cosa.
En nuestro caso particular, y si no recuerdo mal, había dos tiendas en Llanes que se ocupaban de estos artículos. Una sita en la calle Castillo, era “El Potro”, aunque jugaba en otra división, pues tenía algunas cañas, “celabardos”, anzuelos, y poco más, aunque todo ello parecía ser de alta calidad, y más dirigidos al veraneante y turista. La otra, que también tenía productos de una calidad más que considerable y que abastecía a casi todos los aficionados incluida a la marinería era “Fragarán” de Adolfo García del Cueto, pues en esta había existencia de todo, cañas, líneas, plomos, anzuelos, sibioneras, celabardos, boyarines, y otras mil cosas destinas a lo mismo, y si le faltaba alguna cosa que uno quisiera, la pedía, no sé dónde, pero al día siguiente allí estaba. Estoy convencido totalmente que, en todas las costas de la geografía española, nunca una tiendina tan chica, pudo llegar a servir y facturar tanto.
Pero… ¿Tenia de todo?… ¡Pues no! Había una cosa que no tuvo hasta muchos años después, y era la “gusana” (“merucas”), un cebo espectacular e indispensable, y cuya “caza”, tenía su intríngulis, Y me explico.
Cuando éramos unos críos (¡”Santana” vendita!, Hay que “amolarse”, estoy hablando ya del siglo pasado), pocos había que no bajaran más de una vez al puerto “a gusana”, cuando teníamos la intención de ir “echar unas varadas”, ya fuera a La Barra a pescar “panchines” o algún “durdu”, hacia “La Media Luna” a “xaraguetos”, a “entremuelles” a por los “mugles” grandones (por cierto pesca muy divertida y peleona), o al “Muelle Merlón” (La cabezona del Sablin), a “lubinetas” o “xuglas”, donde muchas pesqué allí, subiendo la mar y al “caer la luz”, en compañía de Pili Muñoz y familia (sobre todo su hija Sara, mi “sobri” y colega de pesca), lo primero que hacíamos era ir “a gusana”, armados con el imprescindible palote y una lata de conservas vacía para recoger las capturas, repartiéndose las zonas para sacarlas (según sus preferencias o ganas de trabajar), ya que era uno de los gusanos más populares para utilizarlos como cebo en la pesca con caña, sobre todo en el Cantábrico donde mucho abundaban, contando con que gran parte de su popularidad se debía a la posibilidad de recolectarlas nosotros mismos.
Había dos zonas y formas de conseguirla. La primera, que era la que más me gustaba, era cavar con un “palote” en la arena, a bajamar, en varias zonas, como eran la que había bajo el “Campu’l gatu”, bajo la Rula, y sobre todo donde salían más y más gordas era en la Dársena”.
La otra zona, había que trabajarla con azada, y eran los pedreros que había debajo del puente, y todo el curso del “Carrocedo” hasta el “lavadero”. La verdad es que eran muy buenas, pero salían pocas y muy trabajosas de conseguir, por lo que yo por ahí no iba. No sé porque siempre me gustó mucho la “Ley del mínimo esfuerzo”.
Una vez las tenías, te dabas un paseo con la lata llena de ellas hasta la terraza del Sablin para “enarenarlas” (rebozarlas), en arena seca para su más fácil conservación. Esta arena provenía de la que quedaba al retirar la que sacaban de la playa para la construcción, y si no recuerdo mal, uno de los que más llegó a sacar fue Ángel Balmori Otero (el “Seldu”), con su pala mecánica (“retroexcavadora” o “retropala”, nunca lo supe), porque lo que no se me volvió a ocurrir (no sé quién me apunto la genial como peligrosa idea), fue el guardarlas en la nevera de casa, porque el día que las descubrió Teresina, mi madre, salimos las gusanas, el bote y este cristiano, que ni os lo cuento porque os lo podéis imaginar. He ahí el peligro.
Era tanta la gusana que había, y lo fácil que era sacarla, que después de pescar, la sobrante, no se llevaba a casa ni se guardaba en la nevera, como se hace hoy, sino que directamente iban a la Mar, para alimento de los peces, pues … ¡Mañana sería otro día!
Por último, también andábamos a otro tipo de ellas, que eran las llamadas “gusanas de roca”, y para conseguirlas, ibas a marea baja por la lastra rompiendo alguna que otra protuberancia de las rocas, para descubrirlas y cogerlas antes de que escaparan, pues, aunque parezca mentira eran bastante rápidas. Eran muy buenas para pescar porque eran muy duras y se “anzuelaban” bien y duraban varios ataques. Lástima que fueran difíciles de encontrar, sobre todo las grandes. Esta “carnada” se guarda bien en una lata llena de ocle mojado en agua de Mar, ya que les daba una buena protección
Y pocas cosas más usábamos como carnada para pescar. Las quisquillas que cogíamos con “celabardo” en las pozas que dejaba la marea bajo la Medialuna, San Antón, o el “Pozu los mundiates” en la Barra, las “llamparas” y bígaros que se conseguían en toda la lastra, y alguna que otra vez, andabas por los bares para que te dieran las cabezas y gambas rotas sobrantes de las cajas en las que las traían. Para los “mugles”, creo que lo mejor era el pan.
Tras la aparición y uso de los detergentes que después se vertían a la Ria, estos eliminaron a estas gusanas, que llegaron a desaparecer totalmente, junto a los cámbaros, mulatas y otros más (yo llegué a ver percebes bajo la lastra de San Antón), solo te quedaba el ir a cogerlas a marismas más o menos retiradas, siendo uno de los lugares que más frecuenté para ir a gusana fue el “Bao” de Niembro, pues allí las había como lapiceros. Por cierto, era tal la succión de esa arena medio “podre”, que, si la asta del palote no estaba lo suficientemente sana, al primer envite te quedabas sin él. Partía como una cañavera.
Otros lugares eran “Tina Mayor” en Bustio, o “Tina Menor” en Cantabria, lugares en los que ahí solo fui algunas veces con Ángel Batalla (“Angelín”), a por mulatas para encarnar los palangres.
Visto lo visto, tiendas como “Fragarán”, empezaron a traer distintos tipos de cebos, como las réplicas de gusanos y quisquillas hechas con poliamidas, o los citados gusanos y quisquillas liofilizados (“deshidrocongelación” o “criodesecación”), procesos de deshidratación usado generalmente para conservar un alimento perecedero, que conseguían crear una especie de “fideos” a los que llamaban gusanas “liofilizadas”, más secas que “el ojo de Falconetti” (el tuerto malísimo de la serie de TVE, “Hombre rico, hombre pobre” de 1976), y que yo nunca usé, primero porque no sabía hacerlo, y segundo por darme la impresión de que no me iban a servir para nada.
Otros los traían vivos, como era la misma gusana de la que se abastecían en otros lugares de la costa, o la llamada “coreana” (te la vendía en una cajina de cartón con un poquitín de serrín, o algo parecido).
Este anélido marino, la “gusana coreana” (“Paranereis ácrata”), de cuerpo alargado, anillado, semicilíndrico y con una boca de la que salen sus dos mandíbulas en forma de pinza, era al parecer un cebo muy apreciado y utilizado en la pesca, debido a muchas de sus cualidades, entre las que cabe destacar su resistencia y precio (aunque de este último habría mucho que decir), que procedía de Corea y China, y por ser las primeras importaciones de Corea cogió su nombre común de allí. Se introdujo en España hace ya muchos años, ganándose la fama de ser un gusano muy resistente, pero de la que os puedo decir, que nunca me gustó, Nunca fue santo de mi devoción, ya que en un principio yo no notaba el pescar mejor con él, ya que la verdad es que con ella no pesqué ni una “xugla”. Era enormemente agresiva (a mí me mordió varias veces), y creo que no pesque con ella, porque “esi animalín”, un castigo de Dios, no esperaba a que el pez se acercara para comérsela, pues estoy convencido que esa “mala bestia”, se “tiraba” a por ellos, porque que queréis que vos diga, “esti bichu, dábame a mí la sensación de que en lugar de esperar que el “pece” picara en el anzuelo, pues tal era su agresividad, que tirábase a él. En una palabra, eran como panteras… ¡Los acongojaban!
Aunque en su favor, decían que eran muy buenas para pescar de noche, ya que, al parecer, desprendían una cierta luminiscencia, aunque esta propiedad nunca la vi.
En plena temporada estival, tiempo de fiestinas, fiestas, fiestonas, romerías y verbenas, cuando andábamos faltos de “perras” (que era siempre, para que nos vamos a engañar), íbamos a gusana para luego vendérsela a los veraneantes, gusana que para su “mejor conservación” llevaba el bote casi “lleno de arena”. (traducción al español clásico: “más arena que gusana”). Con este truco, y si el comprador no se daba demasiada cuenta, el rendimiento del negocio era bueno pues pagaban religiosamente y al contado.
Habría que ver cuantas botellinas de sidra les pagaron estos señores en las romerías, a las señoritas por las que estábamos interesados en impresionar. Claro que como eran más listas que bonitas, y bonitas lo eran y mucho, la impresión que les causábamos era más bien poca, tirando a nada. Y mirar que yo tengo “palique”, pues nada, era como si oyeran “cantar un carru”.
Por lo cual, y como estoy convencido que a nuestros “panchinos”, “llisas”, “xáragos”, “fanecas”, “durdos”, “xuglas”, “lubinetas”, o “golondros” entre otros muchos, sabían y conocían perfectamente la “delicatessen” que les ofrecías por ser de su entorno, y aunque fueran con engaño, le entraban perfectamente a nuestra gusana, que, para mí, seguía siendo la insuperable “Reina de los cebos”.
Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos
Fernando Suárez Cué

Foto (1) Aqui me teneis en un alto para echar un ‘pitu’, y ‘seguir a ellas’ (1975)

Foto (2) Rompiendo los terrones de fango en el Bao de Niembro (1975)






Foto (8) La gusana bajo La Rula





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