Cuenta una antigua leyenda que un noble vino de Francia, huyendo de las desavenencias con su padre, y que al llegar al Concejo de Llanes tomó un halcón en su mano y lo soltó determinando “facer su posada doride el falcón posare”. 

El ave se detuvo en lo que hoy conocemos como Cardoso, y allí el forastero alzó su morada por lo que le apellidaron Posada, extendiéndose dicho patronímico por todo el Oriente de Asturias. 

La casa que levantó vino en llamarse Guiana o Iyana, y según dicen es hoy la más antigua del Valle de San Jorge, si bien de aquella románica construcción, desfigurada tras muchas reformas e incendios, solo quedan unas ventanas geminadas.

Y una vez que el avispado halcón de la leyenda nos ha plantado en ese pueblo de la parroquia de Hontoria, tan cerca de la costa y por el que se llega al Mirador de los Carriles, desde donde con los ojos se alcanzan los Picos, tenemos que continuar conociendo más restos de su pasado.

Así, al lado de la carretera, tras pasar por delante de una casa blasonada y con espadaña, conocida documentalmente como Capellanía de San Ildefonso, cuya restauración ha respetado la planta y los trazados originales,  se encuentran las ruinas del colegio de San Pedro y Santa María. 

Este centro de enseñanza primaria y comercio para niños y niñas pobres del Valle de San Jorge fue inaugurado en el año 1888 y fundado gracias a la generosidad del testamento de Francisco del Hoyo Junco, nacido en Cardoso, que hizo fortuna en Cuba. El Colegio, que se levantó en la casa solariega de los padres del Sr. Hoyo Junco, incluía terreno para huertas, jardines y paseos, y además Capilla, a la cual, por cierto, muy bien conservada, se la conoce como de Santa Rita, aunque esté bajo la advocación de Nuestra Sra. de los Dolores. 

Proseguimos nuestro paseo por el interior del pueblo y nos topamos con otras ruinas, asimismo tomadas por la vegetación, de lo que nos pareció una torre tardomedieval.

Pero no solo cuenta Cardoso con restos de la grandeza de su pasado lejano, sino que también exhibe señales de un esplendido pretérito más cercano, ya que no faltan casonas de indianos, fruto de la emigración a América, sobre todo a México y Cuba, y en la actualidad, como muchos de estos pueblos, dispone de magníficos alojamientos turísticos rurales y viviendas de segunda residencia adaptadas a la arquitectura tradicional.

Acabamos nuestra visita a orillas del río San Cecilio, donde, a pesar de haber granizado la noche anterior, se percibía la primavera en el despertar del amarillo relumbrón de los zapatinos de la virgen, en los vuelos impredecibles de parejas de mariposas del color de la lavanda y en los insistentes reclamos de los papamoscas cerrojillos recién llegados de Africa.

Me hubiera gustado seguir la corriente del río, que bajaba rebosante por las  lluvias a mares del mes de marzo, y acompañarlo hasta la playa de la Huelga. 

Y a esta la luz que crece cada día, seguirla hasta el verano.

Imagen, Valentín Orejas

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