Todo llanisco que se precie sabe que en 1574 se enviaron al puerto de Llanes, por orden de Felipe II, cañones y municiones para armar “La Casa del Rey” (El Fuerte).
También, conocemos que, ante la imposibilidad de colocar los originales, los dos cañones actuales no son aquellos que tuvieron como fin defender la costa y los barcos de corsarios, piratas y demás enemigos, sino que fueron traídos de Cádiz a iniciativa de José Luis Mijares Gavito y gracias a la intervención del almirante de la Armada Gonzalo Rodríguez Martín-Granizo, e instalados en el Fuerte el 15 de agosto de 1992.
Llegado a este punto surge la pregunta: ¿Qué fue de los cañones que los llaniscos reivindicaron a la Corona”?. ¿Se conservaron o fueron sustituidos por otros?.
Fueran aquellos primeros cañones o los que les sustituyeron, lo que tenemos constancia es de que un cañón, el que actualmente se encuentra depositado en el “Campu del Gatu”, salió a la luz durante las obras del puerto, concretamente al desmantelarse la cabezona.
Asimismo, otro fue arrojado al mar desde el Paseo de San Pedro por los franceses, cuando el país vecino intentó, fruto del impresentable tratado de Fontainebleau, convertir a España en un estado satélite. Y al parecer buceando se puede descubrir encajado entre dos rocas.
Respeto a un tercero, según escribe Amando Laso, en el año 1809, el General Ballesteros lo llevó desde el Fuerte de Llanes y lo emplazó en el lugar de Pimiango conocido como la Garita, hoy llamado “Picu del Cañon”, desde donde mantuvo a raya a los invasores. Terminada la contienda no se desmontó, sino que se mantuvo en aquel sitio durante aproximadamente 80 años, hasta que el constructor Manuel Gestera lo bajó a Haedín, para luego llevarlo a Bustio, clavándolo en el muelle del puerto para amarrar embarcaciones. Cumpliendo ese servicio estuvo hasta que en 1936 fue requisado por las autoridades locales y al parecer fundido.
Las vicisitudes de un cuarto cañón, las conocí a través de un artículo de Cayetano Rubín de Celis que leí hace un tiempo. Cuenta Tano que, en 1810, el general francés Mr. Guillot había ocupado el Convento de las Agustinas. Añadiendo que el 25 de abril vinieron 400 hombres de Las Peñamelleras y Cabrales al mando de D. Pablo de Mier y D. Fernando Rubín de Celis, los cuales sitiaron el Convento, valiéndose de un cañón que habían traído del Fuerte, con el que hicieron disparos causando daños en la portada y en el tejado. Estando a punto de conseguir la rendición del Convento, los franceses recibieron refuerzos, teniéndose que retirar los peñamelleranos y cabraliegos. Y concluye que el cañón con el que bombardearon pudiera ser el que apareció enterrado en los terrenos de las Agustinas cuando se hicieron los jardines del Paseo de Posada Herrera y que se trasladó al puerto, colocándose, como amarre, al lado de la rula vieja. En abril de 2015, dicho cañón fue sacado, trasladado y se encuentra a buen recaudo.
Y cuando creía que ya habíamos averiguado los tortuosos caminos que siguieron los cañones del Fuerte, me encuentro con un inventario de 1677, que incluye Luis Adaro en su libro “Puerto, Puerto, Puerto”, en el que se informa que eran cinco las piezas de artillería, una de ellas del 25.
Mientras, esperamos alguna pista sobre el quinto cañón, no puedo acabar estas líneas sin recoger que la recuperación de algunos de aquellos cañones, y su reposición en el Fuerte supondría un homenaje a la abnegación y sacrificio de muchos llaniscos, una demostración de que estamos orgullosos de nuestro pasado y un atractivo más para el puerto.
Imágenes, Valentín Orejas y Guillermo Castañón








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