LA FORTUNA QUE VINO DE “ENTREMUELLES”

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Queriendo evocar los estupendos artículos con los que nos deleita  Perela bajo el título de “La fortuna que nos vino del Mar”, voy a “contádevos” un entretenimiento con el que los críos, y no tan críos pasábamos el “ratu” (cuando era un “criu” esta palabreja en Llanes, y lo sabéis bien, tenía una connotación verdaderamente ordinaria), a mediados del siglo pasado, pero cambio el título porque a nosotros la fortuna nos llegaba sensiblemente desde más cerca.

La cuestión estaba, en que siempre andábamos a “dos velas” (por lo menos yo), y sin una mala perra que echarnos al bolsu, por lo cual teníamos que ingeniárnosla para deshacer ese entuerto.

Lo más fácil era ir “a gusana”, para luego venderla a los turistas, bien arenadinas con la arena seca del Sablin, para su mejor conservación.  

En ese caso la lata de aceitunas “La Sevillana”, era la más codiciada, pues su capacidad era idónea para llevar mucha arena abaju y poca gusana arriba. ¡Virgen de las Mareas!, sacamos nosotros para este negocio más arena del Sablin que Ángel Balmori Otero (“Seldo”), con la su retroexcavadora. Bueno, de hecho, sacábamos la arena de los montones que dejaba encima de la terraza de la playina.

Pero este negocio se nos iba a pique cuando no cuadraba la marea, por lo tanto, había que inventar otra fuente de suministro, fuente que enseguida saltó a la luz. ¡Pues no faltaría más!

El mejor sitio por ser el más espectacular, para este evento, era el muelle de la calle Tomás Gutiérrez Herrero, entre el restaurante “La Marina” y las escaleras de bajada al sable que estaban un poco a la derecha, y digo que lo teníamos como el sitio idóneo, porque al agua era calma y clara, el fondo plano, de arena clara y no estaba afectado por la corriente del Carrocedo como en los muelles de enfrente, y encima la escalera no era “erótica”, y por lo tanto no provocaba la curiosa, por primeriza libido sexual de los asistentes, cuyas hormonas estaban dispuestas a dar más saltos que  “Flounder”, el mejor amigo de Ariel. Pero esa es otra historia que yo os contaré, y que se producía en las escaleras de la “cabezona” del Sablin (muelle “Merlón”), que daban hacia el interior del puerto.

Pero sigamos. La cosa era fácil, si salvabas el primer escollo, que era provocar el interés del veraneante o del turista que para el caso era lo mismo, provocación e interés a lo que nos ayudaba algún pariente que estaba al quite, o algún hermano mayor que se prestaba a ello.

Comenzaba el negocio con una discusión en voz alta para que todo el mundo se enterara, sobre si se podría sacar buceando una moneda que previamente se había lanzado al agua.

Las primeras era lanzadas por nuestros “ganchos”, hasta que algún forastero entraba en el juego y se empezaba a avivar el gallinero.

Las perronas, había que envolverlas en papel, siendo el mejor el de fumar pues se pegaba a la pieza estupendamente y no se soltaba dentro del agua. Claro que primero había que ensalivarla (“chuparla”) bien para que el papel de fumar se “agarrara”. Hoy día te ve hacer eso un nutricionista o algún “dietéticu”, y te mandan a galeras directamente.

En todo esa folixa, solo había un personaje al que debíamos tener bajo control, y que no era otro que mi primo Cayetano (“Tanín”), al que Dios le había facilitado diversos caminos, menos el de la Mar

Cuando caía una moneda, hayá iba Tano como un poseso entrando en el agua de “bomba”, “panzatu”, de cualquier forma, otra manera, menos de cabeza, con lo que no lograba coger ni una moneda y si lograba espumear toda el agua y levantar la arena del fondo, con lo cual la moneda… ¡Hasta lueguín mi cría! 

Al final conseguí que se quedara en el muelle, con una misión más que importante, y era fijarse bien, para luego dirigirnos, en donde había quedado la moneda al llegar al fondo.

Lanzada la moneda al agua los turnos se respetaban religiosamente, pero con la salvedad de que, si no se cogía la perra a la primera, se daba paso al segundo buceador que le tocara, o buceadora, pues había varias crías con nosotros, pues estábamos más adelantados por la igualdad de sexos de lo que parece se ha descubierto ahora. Por lo menos entre nosotros.

Los duros, por ser plateados no hacía falta envolverlos en nada, se veían perfectamente sobre el fondo de rubia arena, pero bien es verdad que fueron los promotores del caos, pues cuando una de esas piezas caía al agua, todos a por ella, ni turnos, ni amigos, ni nada de nada.

Como esta vida, es como el eslogan circense “Mas difícil todavía”, no sé a quién se le ocurrió la genial idea de que los duros había que sacarlos con la boca. El silencio fue sepulcral, y debilito la osadía de la mayoría de nosotros. Eso era mucho. Yo lo intente, y si lo logré, logre llenarme los pulmones de agua y el estómago de arena. ¡Una vez y nada más Santo Tomás!

Para hacerlo así, quedaron nada más que cuatro o cinco chavales, y creo recordar que entre ellos se encontraban Manuel Patiño Diaz (“La Chita”), Antonio Cué Fuentecilla (Toño “el Chulu”), y Cayetano Sobero (Tanín “el Coju”).

Pero “poco dura la dicha en la Casa del Probe”, pues todo esto acabó, cuando el evento llamó la atención a unos mejicanos, si, de aquellos que iban a jugar (y no precisamente al parchís), al cuartin del “Pinín”, los cuales, como buenos jugadores y duros apostantes, dijeron que estaban dispuestos a lanzar monedas de 50 y 100 Ptas. pero desde La Barra.

Allí intervinieron rapaces más grandes, fuertes y más atrevidos buceadores, por lo que nosotros quedamos fuera de juego, y allí fuimos tan solo un par de veces y como  mirones, pero me malicio que el juego no duró mucho porque perdieron más monedas de las que se recuperaron.

Y eso fue todo, de esa fortuna que nos vino de fuera, sacamos lo suficiente para rascarnos los bolsillos e invitar a una sidra, a mas no, a las dos o tres crías, más tampoco, que nos hacían un cierto caso. Tampoco mucho mas.

 Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.

Fernando Suárez Cué

 

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