La pesadilla de piratas y corsarios

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Don Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, 3 de febrero de 1689), fue un almirante español considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española , y fácilmente reconocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra.

Vinculó su vida a la Marina desde muy pronto, pues penas contaba quince años cuando participó en la batalla naval que se libró frente a las costas de Málaga en el verano de 1704 entre una flota borbónica y una escuadra angloholandesa durante la guerra de Sucesión.

En aquel combate, a Blas de Lezo tuvieron que amputarle la pierna izquierda, destrozada por una bala de cañón, por lo que se le puso el mote, de “Patapalo·”.

Poco después, en 1707, en otro combate librado en la base naval de Tolón contra los ingleses, volvió a ser herido. En esta ocasión, una esquirla de metralla le malogró el ojo izquierdo. 

Bajo las banderas de Felipe V, apresando algunos barcos ingleses y socorriendo plazas asediadas, como en el sitio a Barcelona, uno de los últimos episodios de la guerra de Sucesión, sufre una tercera herida que le deja inservible el brazo derecho. Terminada la contienda, Blas de Lezo, con solo 25 años, es cojo, tuerto y manco. A partir de ahí, sus contemporáneos le llaman por el sobrenombre de “Mediohombre”.

Liberó las aguas caribeñas de piratas y contrabandistas, hasta tal punto que se dice que, un capitán de navío llamado Robert Jenkins compareció en 1738 ante el Parlamento Británico para relatar algo que le había ocurrido en 1731, declarando que mientras navegaba por el Caribe, su barco fue abordado por un guardacostas español, quien al comprobar que su carga era mayor que la declarada le requisó las mercancías acusándolo de contrabando. No sólo eso además el capitán del guardacostas Juan León Fandiño, le cortó una oreja como escarmiento, al tiempo que le decía…” Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Jenkins enseñó incluso la oreja cortada en un tarro de cristal.  

Así eran los capitanes con los que contaba el Almirante Blas de Lezo.

La opinión pública británica, convenientemente manipulada por los poderosos que querían mantener sus pingües negocios de ultramar, estalló de indignación. Unos meses después, el 23 de octubre de 1739, el rey Jorge II declaró la guerra a la monarquía hispana regida entonces por Felipe V, dando como resultado la “Guerra de la oreja de Jenkins”, como la llaman los historiadores británicos, la también conocida por los españoles, como la “Guerra del Asiento”. El asiento era un contrato por el que la monarquía española autorizaba a la Corona Británica, a través de su Compañía del Mar del Sur al monopolio del comercio de esclavos africanos y trasladar a América casi 5.000 esclavos cada año, junto con mercancías supuestamente necesarias para mantenerlos. El contrato caducaba en 1744 y el rey de España había declarado que no lo renovaría, lo que suponía un grave perjuicio para los comerciantes británicos. 

Se puede considerar que esta guerra fue el precedente al primer conflicto mundial, la “Guerra de los Siete Años 

A partir de ese momento el almirante británico, Edward “Old Grog” Vernon, que odiaba profundamente a los españoles, convenció a las autoridades de lanzar un gran ataque contra Cartagena de Indias. El plan consistía en tomar Cartagena en una operación relámpago, antes de que llegara la estación de las lluvias, y marchar luego hacia Perú. Con ello, el rey británico, Jorge II, podría exigir la paz a Felipe V.

De vuelta a Jamaica, Edward Vernon se puso al frente de una escuadra de impresionantes dimensiones.

 En total contaba con más de 200 navíos, 130 de ellos de transporte por 74 de guerra. Estos últimos portaban unos 2.000 cañones. A bordo iban 27.000 hombres: 16.000 marineros y artilleros y el resto tropas destinadas a la invasión. 

La desproporción de fuerzas era flagrante: Cartagena disponía únicamente de seis navíos y de unos 3.000 hombres, incluidos 500 civiles y otros 500 indios “chocoés”. La defensa estaba dirigida por el virrey, Sebastián de Eslava, y el comandante Blas de Lezo; dos militares curtidos y eficientes, pero de personalidades opuestas y que desde el primer momento se enemistaron y pugnaron por el mando. 

Este fue el origen de uno de los hitos más afamados de su vida fue la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico en 1741, algo que aún se recuerda no sólo en España sino también al otro lado del Atlántico.

El 13 de marzo de 1741 aparecieron en el horizonte los primeros barcos británicos

Lezo hizo hundir los navíos de su flota para cegar la entrada a Cartagena, aunque uno de ellos, el Galicia, fue capturado. Los británicos tomaron el castillo de Santa Cruz, y desde allí empezaron a disparar contra la ciudad al tiempo que desembarcaban 9.000 atacantes.

El objetivo de Edward Vernon era penetrar en la bahía de Cartagena y poner sitio a la ciudad hasta conquistarla. 

Tras tomar algunas de las defensas de la ciudad, el asalto británico al castillo San Felipe de Barajas, el último baluarte importante que la defendía, fracasó el 20 de abril; con gran parte de la tropa enferma, grandes bajas sufridas en los combates y la llegada de la época de lluvias, los británicos optaron por destruir las defensas a su alcance y abandonar el asedio. 

Blas de Lezo, pronunció entonces una de sus conocidas frases:

“Una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden.”

Finalmente, el almirante Vernon dio su brazo a torcer y el 8 de mayo los navíos británicos empezaron a abandonar la bahía de Cartagena. Fue uno de los reveses más serios de la historia de la marina británica. Los testigos contemporáneos calcularon que hubo 10.000 bajas en el bando británico, por 600 entre los defensores.

Cuenta la historia, que, en esos momentos, Edward Vernon, pronunció una célebre frase al retirarse derrotado por Blas de Lezo:

“God damn you, Lezo!” (“¡Que Dios te maldiga, Lezo!”), 

“Hemos decidido retirarnos, pero para volver pronto a esta plaza, tras reforzarnos en Jamaica”

A lo que Lezo, respondió con la siguiente frase:

“Para venir a Cartagena, es necesario que el Rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta solo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres”.

La derrota en Cartagena desbarató los planes británicos para la campaña y permitió que continuase el dominio español en la región durante varias décadas más.

 Como anécdota y curiosidad histórica, os cuento que los ingleses, que contaban con la victoria, se habían precipitado a acuñar monedas y medallas para celebrarla. 

Dichas medallas decían en su anverso: “Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741”, y “El orgullo español humillado por Vernon”.

¿Dónde se colocaría tales medallas el almirante Edward “Old Grog” Vernon? 

Muchas son las ciudades, tanto españolas como sudamericanas, e inclusive norteamericanas, que por medio de estatuas honran el recuerdo de tan insigne personaje.

Cádiz rinde homenaje y recuerda a un héroe que partió de su puerto en febrero de 1737 para defender Cartagena de Indias, Ciudad Hermana, y salvar un Imperio.

Con solo 6 Buques y 2300 hombres su ingenio y valentía hizo que Inglaterra, con 195 buques y más de 30.000 hombres sufriera la mayor derrota y humillación de la historia de aquel país, prohibiendo el Rey de Inglaterra…”hablar de dicha batalla bajo pena de muerte”.

“Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra” (Blas de Lezo)

La Real Armada Española honra la memoria de Blas de Lezo con el mayor honor que puede rendirse a un marino español. Tiene por costumbre inveterada que uno de sus buques lleve su nombre. 

El último así bautizado es una fragata de la clase Álvaro de Bazán: la  “Blas de Lezo” (F-103), la que en estos días está interviniendo en el conflicto de Ucrania.

Buena Mar y hasta la vista.

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