En los grandes buques que surcaban los mares, su uso fue muy generalizado entre los siglos XVI al XIX, y fueron desapareciendo con la abundancia de naves con casco de hierro
Según la leyenda su función era la protección del barco y sus tripulantes, por eso representaban algún santo, animal o deidad marina. Posteriormente se incorporaron las figuras femeninas, en la creencia de que tenían poderes especiales sobre el mar.
Así, diosas y guerreras armadas, como Atenea o Minerva, ninfas y sirenas, se convirtieron en uno de los símbolos marinos más populares de todos los tiempos.
La Mascarón de Proa que ilustra estas líneas, que parece volar con las señales del viento talladas en su vestido azul de estilo Imperio, se llamaba María Celeste, y fue la más pequeña y deliciosa de los mascarones de proa que coleccionaba Pablo Neruda.
Contaba el poeta, que Salvador Allende intentó arrebatársela, y que perteneció a un pequeño navío francés que solo navegaba por el Sena.
También, añadía que María Celeste lloraba con el calor de la chimenea y sonreía cuando llegaba el sol.
Maiche Perela Beaumont
Imagen, Valentín Orejas
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