LOS SEÑORES DEL OCÉANO.

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(“Cuando arponeas una ballena y pones en juego tu ser, estás decorando tu casa y vistiendo a tu mujer”)

Hubo una época en la que dos grandes potencias navales parecían dominar el mundo, pero no era cierto, pues los que dominaron los Océanos, los verdaderos “Señores de las Mares”, fueron los balleneros.

En un principio la caza de los enormes cetáceos se ceñía a la “captura”, pues desde atalayas estratégicamente instaladas en las costas, se divisaban a estos animales y rápidamente se salía a capturarlos. Para ello utilizaban “arpones libres”, es decir, atados a un flotador en vez de a la lancha. Una auténtica “jauria” de embarcaciones lanzaban el mayor número posible de arpones sobre una ballena, hasta que esta agotada y con enorme pérdida de sangre, acababa entregándose a la muerte, para ser remolcada hacia la playa, donde se la despojaba y aprovechaba su capa de 60 centímetros de grasa, que, en el caso de la “ballena franca”, era la que daba más aceite que ninguna otra ballena.

La técnica de la caza de la ballena acababa de nacer, pudiendo citar como unos de los más eficientes cazadores de nuestras costas, a los vascos, cántabros y asturianos.

Dando un salto en la historia, llegó un momento en que la caza de la ballena ya no era rentable, pues estos animales ya no se acercan a las costas y había que ir a por ellos. Es entonces cuando aparece el sistema de “búsqueda y captura”, siendo los balleneros vascos los primeros que se atreven a salir a la “Mar abierta”, a por ellas.

Pero el problema que seguía existiendo, ya que, una vez cazado el cetáceo, había que remolcarlo hasta alguna de los lugares de varamiento, cerca de las  zonas de pesca, a  las denominadas “Factorías balleneras” donde se aprovechaban los recursos obtenidos. 

Hacia el 1750, vuelven los vascos a revolucionar la caza de la ballena cuando inventan los “ «hornos de grasa», que consistían en enormes estructuras circulares construidas de ladrillo con escombros y cemento de grasa, con dos gigantescos calderos de hierro encima, que los balleneros utilizaban para procesar la grasa de ballena, cortándola en trozos  y cocinándola a baja temperatura para obtener aceite, no necesitando, por lo tanto, regresar a tierra, y permitiendo que las ballenas se procesaran en la Mar, durante los cada vez más largos viajes necesarios para cazarlas.

Para calentar estas enormes ollas de la “refinería” de a bordo, se alimentaba el fuego con tiras de grasa llamadas “corteza”, de modo, y como se decía entre los balleneros que … “De hecho, la ballena se cocinaba a sí misma”.

Empleaban barcos, como el “Exet” un barco ballenero del siglo XIX de Nantucket (MassachusettsEstados Unidos), que con sus 27 metros de eslora y 238 toneladas de peso, armaba, además del “Baupres” que portaba tres foques, foque, fofoque y contrafoque, tres palos:

“Trinquete”, que portaba las velas trinquete, gavia y juanete. 

“Mayor”, la vela mayor, gavia y juanetes mayores. 

“Mesana”, mesana y pericos. Además, del “Bauprés” 

Este barco estaba capitaneado por George Pollard, Jr., de 28 años de edad, y se le conoce por ser embestido y hundido por un cachalote en el océano Pacífico en 1820. 

El incidente inspiró a Herman Melville, para escribir en 1851, la novela clásica de “Moby Dick”, 

En 1758 un judío sefardita portugués Jacob Rodrigues Rivera fue el primero en ocurrírsele convertir las ballenas en velas, empleando para ello un proceso tan bien pensado como complejo. 

Se comenzaba llevando la substancia de la cabeza del cachalote, el “espermaceti”, directamente de los barcos a las grandes fábricas donde se calentaba en grandes ollas para eliminar el agua y las impurezas que pudiera contener. A continuación, se almacenaba en barriles para que durante el frío invierno se enfriara y coagulara. Esta masa semisólida se metía en bolsas de lana que luego se compactaban en una prensa de madera de la que goteaba el esperma como gotea del “lagar”, el zumo de las manzanas. A este primer prensado, el más puro, se conocía como “esperma de invierno”.

El resto de la materia se convertía en los llamados “pasteles negros”, y se almacenaba hasta la primavera, cuando con la subida de las temperaturas empezaba a gotear, Se devolvía a la prensa y se extraía lo que se llamaba “aceite de primavera”.

Tras un tercer y último prensado, quedaba una sustancia pardusca que, calentada con virutas de madera y potasa, se tornaba clara como la mantequilla al convertirse en pura cera blanca, mientras también convertía a sus fabricantes en hombres extremadamente ricos

Fue tal el éxito de estas aplicaciones que hacia 1835, sesenta mil almas y setenta millones de dólares estaban dedicados a la caza de la ballena y sus industrias derivadas

Sus mujeres, fueron el paradigma de la fortaleza y de la capacidad de trabajo femenino, en unos puertos y ciudades donde las mujeres estaban acostumbradas a las largas ausencias de sus hombres, hasta tal punto que quedó citado en la novela “Moby Dick” de Herman Melville, cuando el capitán Ahab del ballenero “Pequod”, le confiesa a su primer oficial… “Y si, Starbuck, de esos cuarenta años, no abre pasado ni tres en tierra sin haber dejado apenas huella en la almohada de mi cama de matrimonio.

La caza de la ballena separaba a los sexos, y en esos aislados puertos, tan aislados como cualquier barco e incluso mas lúgubre en pleno invierno, muchas de las vidas de los balleneros tenían que recurrir al opio, para soportar la soledad, mientras otras muchas usaban consoladores de yeso que se conocían como “él-está-en-casa”

Las ganancias de la caza de la ballena trajeron situaciones e historias tan curiosas, como la de Kezia Coffin de Nantucker, que empezó vendiendo alfileres, amplio su negocio incluyendo productos procedentes de la ballena, hizo un trato con un almirante británico durante la Guerra de la Independencia Americana, para enviar aceite y velas a Londres, junto con otros bienes de contrabando que se vendía a precios astronómicos, llegando a ser una de las mayores fortunas en este negocio.

Cuando los cuáqueros abolieron la esclavitud en 1773, algunos libertos consiguieron prosperar por métodos propios, como es el caso de Absalóm F. Boston, que zarpando en el ballenero “Industry”, con una tripulación íntegramente negra, regresó convertido en el afroamericano mas rico de su entorno, éxito que se reflejaba en los gruesos aretes de oro que portaba en sus orejas.

Pero todo este sistema de vida de los balleneros, estaba llegando a su fin sin que ellos lo supieran, y ese declive comenzó en 1859 cuando Edwin Drake abrió el primer pozo de petróleo de América, en “Oil Creek”, cerca de Titusville (Pensilvania), marcando así el inicio de la industria petrolera moderna en el continente y en el mundo, abriendo las puertas a la producción masiva de petróleo para diversos usos, como el alumbrado con queroseno, en detrimento del aceite de ballena. 

La caza de ballenas en Galicia se extendió hasta 1985

La última ballena cazada en España fue un rorcual común, capturado el 21 de octubre de 1985 por el por el marinero Miguel López, a bordo barco “IBSA Tres” en la factoría de Caneliñas, (Galicia). 

Este evento marcó el fin de la caza comercial de ballenas en España. 

A finales del siglo XIX, el magnate ballenero, naviero y filántropo noruego Svend Foyn  patentó su sistema con cañón lanzador y arpón con granada explosiva (1870) 

Este inventó revolucionó la caza de ballenas, permitiendo cazar ballenas más grandes y rápidas, de manera más eficiente y segura lo que llevó a una mayor producción de aceite de ballena y otros productos. 

Había nacido la moderna industria ballenera, pero esa es otra historia que, si es de vuestro interés, algún día os contaré

“El ballenero no ve tierra durante años de modo que cuando al fin desembarca, huele como otro mundo, mucho más extraño que lo que la Luna le parecería a un terráqueo. Como la gaviota sin tierra que al ponerse el sol pliega sus alas y se adormece mecida por las olas, así esos hombres lejos de tierra, pliega sus velas y se echan a dormir mientras bajo su almohada, nadan raudas manadas de morsas, delfines y ballenas”.

El capitán es el Rey… “Solo la luna y las estrellas están más allá de su jurisdicción”

Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.

Fernando Suárez Cué

 

Foto (1) Gran barco ballenero, armando tres palos y tres velas en cada palo

Foto (1) Gran barco ballenero, armando tres palos y tres velas en cada palo

Foto (2) Barriles de aceite de ballena

Foto (2) Barriles de aceite de ballena

Foto (3) Barco ballenero con horno para fundir grasa de ballena

Foto (3) Barco ballenero con horno para fundir grasa de ballena

Foto (4) 'Hornos de grasa' en un ballenero'

Foto (4) ‘Hornos de grasa’ en un ballenero’

Foto (5) El ataque al 'Exet'

Foto (5) El ataque al ‘Exet’

Foto (6) Herman Melville, autor de 'Moby Dick'

Foto (6) Herman Melville, autor de ‘Moby Dick’

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