Entre los protagonistas de “Personalidades Llaniscas: Navegantes de la Historia”, tiene un lugar destacado Ángel de la Moría, uno de los poetas de nuestra intrahistoria y el más popular representante del dulce y armonioso bable llanisco.
La vida de Ángel García Peláez, ese era su nombre de pila, apresuradamente truncada, es un poema lírico.
Nació el 19 de agosto de 1858, en el llanisco barrio de la Moría, como el mismo escribe:
Porqu` estareis pa saber
qu´ero llaniscu de veras
y que nací n´a Moría
en una casina vieya
qu`a l`orilla del Sablón
tien un huertín a la vera
Muy joven, en 1874, emprende la aventura de la emigración. Así, en México nace poeta y también sacerdote. Cursa estudios en el Seminario Metropolitano de la capital azteca, y canta misa por primera vez el 19 de marzo 1891 en la Iglesia de San Bernardo.
Ángel de la Moría, como escribía un contemporáneo suyo, pudo ser rico, gran industrial, lo llevaban a la fortuna sus cualidades, sus amigos, los hombres de mayor influencia de México.
Sin embargo, prefirió ser el embajador espiritual de su tierra natal, el mantenedor de la unión entre los asturianos, y resucitó, para ellos, en toda su pureza, el bable llanisco.
Es sensible a los secretos del agua, del río, de la mar, del aire, de la luz, del color, como lo refleja en este poema dedicado a nuestro aprendiz de rio: El Carrocedo:
“Llagrimina de Dios, rapaz parlleru,
enriador y espumusu gorgoritu
Gotera d un llagar del infinitu,
sorbiquín corredor y bullangueru”
Retorna a su villa natal a los 33 años y compagina los cargos específicos de su ministerio con las colaboraciones en la prensa local y dirige el periódico “ La Ley de Dios”.
Y justamente el día de la Patrona de la Villa, el 15 de agosto de 1895, muere, eternizando la poesía de Llanes.
Siempre me conmueve y me renueva y fortaleza mi amor por Llanes, la lectura de los poemas de este gran enamorado de las cosas de su patria chica, para el que no había en ella cosas pequeñas, que igual cantaba a las ablanas, a las manzanas, a las nueces, a la borona, “la sidre” o la “llechi”, sin olvidarse de los “paxarines”: los “xilgueros”, “el gurrión”, el “miruellu”, el “malvisu” la “papina” y el “cericu”.
Acabo estas líneas con un poema del autor de la oda al Carrocedo, dedicado, como no podía ser de otra manera, a Llanes.
“El bienestar y grandeza
que merez tan maju pueblu
trabayador, animosu
llistu, siempre al bien dispuestu,
arrogante, hospitalaríu
patriota y limosniegu”
Fuente, “El Oriente de Asturias”
Imágenes, “El Oriente de Asturias” y Valentín Orejas
Óleos, Alejandra García Mallén
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