Es conocida la importancia que en Llanes tenía la Cofradía de Mareantes. Gracias a uno de sus dos libros, el otro desapareció, “Los Honrados Mareantes de la Cofradía de San Nicolás”, conservamos la información sobre su organización. Además, sabemos que todo mareante, del puerto o forastero, pagaba su quiñón, y que el importe de éstos y el del arriendo de la pesca de la ballena eran sus fuentes principales de ingresos, a parte de los dos reales de la cuota de entrada y la subasta de las sogas y cestos en que exportaban a Castilla el pescado fresco.
Es más, hay constancia de que con esos fondos se sostenían los servicios de las procesiones, las misas de “buenos temporales”, las de difuntos, y las fiestas religiosas y paganas, hogueras, cucañas; médico, cirujano, boticario, barbero, maestrescuela, faroleros..
Pero lo que no es tan conocido es que uno de los mayores desembolsos del Cabildo de la Cofradía eran los pleitos. Es raro que en un acta de cuentas no aparezcan elevadas partidas por gastos de pleitos y apelaciones.
Así, nos encontramos disputas judiciales con Sahagún, Villalda y León, a cuenta de los derechos de portazgo, de los cuales los llaniscos estaban exentos por el Fuero de Alfonso IX. También, pleitearon con Ribadedeva, por derechos de carga y descarga, con Llamigo, a resultas de deslindes, con los benedictinos de Celorio y San Antolín, a consecuencia del privilegio de embarque de los frutos del país a exportar; incluso con sus propios cofrades, si desobedecían los acuerdos tomados en la junta.
Pero ninguno tuvo tanta resonancia como el que mantuvo con el Inquisidor, Presidente de la Chancilleria de Valladolid y Obispo, Don Pedro Junco de Posada. Este prohombre, nacido en Llanes en 1528, había conseguido del Ayuntamiento el privilegio para él y sus herederos de ser enterrado en la iglesia parroquial, a cambió de 2.800 ducados. De aquellas, corría el año 1594, el Cabildo de los Mareantes adeudaba al Prelado una cuantiosa suma, por lo que éste creyó que lograría su propósito sin oposición. Pero la Cofradía de San Nicolás, totalmente en contra de aquella prebenda, empeñó su quiñón de la ballena por cuatro años, saldó su deuda con Don Pedro, y pleiteó con él, obligándole a desistir de su empeño y a construir el Palacio del Cercaú, fronterizo a la Iglesia, y en el mismo una capilla que cumpliera funciones de panteón, donde reposó su cadáver embalsamado hasta que fue profanado en la guerra civil.
Y estos datos son suficientes para perfilar la idiosincrasia de los marineros llaniscos, que no solo desafiaban a las olas sino también a los poderosos.
Imagen, Valentín Orejas
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