EL COLEGIO DE SAN PEDRO Y SANTA MARÍA  | LA FORTUNA QUE VINO DEL MAR

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En Cardoso, donde cuenta la leyenda que se alzó la casa más antigua del Valle de San Jorge, al detenerse allí el halcón que soltó un noble que vino de Francia que había determinado ”facer su posada dorire el falcón posare”, se encuentran las ruinas del colegio de San Pedro y Santa María y una capilla, muy bien conservada, a la que se conoce como de Santa Rita, aunque está bajo la advocación de Nuestra Sra. de los Dolores.

Ese centro de enseñanza para niños y niñas pobres fue fundado gracias a la generosidad de Francisco del Hoyo Junco, que le puso el nombre de sus padres, Pedro y María.

Don Francisco había nacido el 21 de diciembre de 1810 en Santa María de Junco, concejo de Ribadesella, donde accidentalmente se hallaba su madre. Sus padres, que eran labradores, habitaban la casa llamada del Hoyo, que heredaron de su antigua e ilustre familia, sita en Cardoso, parroquia de Hontoria, y en ella transcurrió su infancia. 

Recién cumplidos 15 años embarcó rumbo a la isla de Cuba a fin de hacer fortuna. En la Habana, donde vivió mucho tiempo, a fuerza de trabajo, constancia y economía, reunió un importante capital.

Falleció, a los 74 años, el día 13 de diciembre de 1884, tras haber otorgado testamento, según el cual dedicaba toda su fortuna a la fundación y dotación de establecimientos de enseñanza.

Sus albaceas, que cumplieron en todas sus partes sus últimas voluntades, dispusieron que la misma casa en la que don Francisco había vivido en la Habana, se convirtiera en un colegio, el cual se inauguró tres años después de su muerte y que llegó a ser uno de los mejores de Cuba.  

Asimismo, otro centro de enseñanza se estableció en la casa solariega de sus padres de Cardoso, también para la primera enseñanza y la especial de comercio para niños y niñas pobres del Valle de San Jorge. En el mismo día de la inauguración, 17 de octubre de 1888, se nombraron como profesores al teólogo y presbítero Fray José Nespral, encargado de la cátedra de Comercio, Daniel Álvarez Fervienza, maestro superior de niños, y Victorina Mieres, maestra superior de niñas.

También, el generoso benefactor dispuso que se costease la carrera a todos sus sobrinos, y por último dejó un crecido legado para los pobres del pueblo de Junco, localidad riosellana donde había nacido.

Imágenes, Valentín Orejas y “El Oriente de Asturias”

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