La mayoría de los llaniscos hemos oído hablar o leído sobre un cura, natural de Hontoria y que hablaba en aleluyas, Don Tomás del Cueto Vallado.
Este singular párroco de Llanes, que había estudiado latín, filosofía y teología, fue antes escusador en su pueblo natal, ecónomo en Panes y más tarde ejerció en Alevia.
Tenía don Tomás varias vocaciones, la sacerdotal, la de agricultor y pescador. Alternaba su labor apostólica con los cuidados de la huerta de su casa, en la que sembraba coles y patatas, y plantaba frutales, disfrutando especialmente de las labores de podar e injertar manzanos.
Además, criaba canarios, tenía un mono, una ardilla, un loro y colmenas de abejas.
También, le gustaba pescar a caña y era habitual verlo bajar, con su levita de amplios faldones y montera de dos picos, a la punta del Guruñu y Calaveru.
Sin perjuicio de que algún día me dedique a escribir más detalladamente la biografía de Don Tomás, que gracias a los cuidados del ama Silvestra vivió casi 100 años, en esta ocasión voy a referir una de sus múltiples ocurrencias.
En época estival, era frecuente entre los rapaces de la villa ir a robar las manzanas del cura, por lo que que éste no tuvo más remedio que ingeniárselas para buscar una treta y burlar a los ladronzuelos.
Así que cierta tarde al encontrar a los rapaces merodeando por los alrededores de su huerta, les comentó: -¿No estáis enterados de lo que ocurre aquí todos los días? ¡Cómo qué si hay quién me compre la finca la vendo!.
Sus interlocutores, con los ojos como platos, lo animaron a seguir,
y el clérigo, que ya había dado cuerpo a su historia, continuó: -Un cuélebre, con más escamas que un pescau y con una lengua que se estira metros y metros, anda por aquí. ¡Ya no me quedan conejos! ¡Menos mal que de momentu i dio por ahí! ¡Pero el día que i dé por comer rapaces, probes de nos!
El terror no solo se apoderó de los críos de la villa, sino que fue cundiendo la voz. Las lecheras ya no se atrevían a pasar sin acompañantes por los aledaños de la finca.
La existencia de un cuélebre en la huerta de Don Tomás se fue extendiendo como un reguero de pólvora, aunque había algunos incrédulos. El escepticismo duró hasta que un día al atardecer llegó al “Cajón de Donato” un señor, venía lívido y desencajado, y dejándose desplomar sobre uno de los bancos del popular lugar dijo entre dientes:
-Acabo de ver el culebrón de don Tomás, es enorme, con unas escamas plateadas que sonaban como cascabeles, atravesó la carretera dejando un reguero de baba pegajosa, se levantó de medio cuerpo, apoyó la cabeza en la pared de la huerta y se coló dentro de la misma.
Aquella versión, al más puro estilo del Smaug de Tolkien, terminó para siempre con el robo de las doradas manzanas de Don Tomás.
Fuente, “El Oriente de Asturias”
Imagen, “El Oriente de Asturias” y Valentín Orejas