Buscando alguna historia de la mar de Llanes, me topé con una crónica de “El Oriente de Asturias” refiriendo que, en el año 1838, surgió una de las típicas galernas, de aquellas que producían grandes catástrofes para las gentes marineras, ya que eran tiempos en los que todavía no se aplicaban ni el vapor ni los motores a los barcos de pesca.
En aquel día, todas las lanchas llaniscas estaban en la mar, pero afortunadamente, con gran esfuerzo y riesgo y en medio del griterío de las familias que abarrotaban San Antón, fueron entrando todas, a excepción de una trainera que fue dada por perdida.
Nadie confiaba en la salvación de la tripulación, a no ser un fraile, el padre José Suero, que solía decir los sábados, en la capilla de Santa Ana, misa de los “buenos temporales”. Al parecer, él continuó orando y confiando en que la lancha arribaría a puerto, y así fue, ya que milagrosamente acabó entrando en el puerto de San Vicente de la Barquera.
Tras leer ese relato, tuve curiosidad por saber quién era aquel fraile del nunca había oído hablar, y al que casi se le consideraba un santo.
Me faltó tiempo para informarme de que José Suero había nacido en Celorio a principios del siglo XIX y que lo apodaban el padre “Macón”, porque al ser fornido era el encargado de transportar en maconas la escanda, trigo, maíz y otras especies, en las que cobraban los frailes las rentas, diezmos y foros. Seguidamente, me enteré de que cursó estudios en el Monasterio Benedictino de Celorio, ingresando después en el mismo, y que tras ser exclaustrados los monjes, fue capellán de los Monjas Agustinas Recoletas y celebraba misa en el Cristo y Santa Ana.
No me costó comprender que su popularidad y presunción de santidad eran consecuencia sobre todo de su caridad, ya que nunca llegaban a su casa los estipendios de sus misas, porque si tropezaba con algún pobre, que era algo habitual, a manos de ellos iban a parar la totalidad del dinero que llevara encima.
También, averigüe que no siempre ejerció su ministerio en Llanes, ya que mediados de siglo se marchó a México donde acabó sus días. Tampoco, pasaron desapercibidas, en el país azteca, sus predicaciones y caridades, y tanto Fermín Canella como Manuel García Mijares recogen una anécdota que no me puedo resistir a dejar en el tintero. La misma tuvo lugar una vez proclamada la República Federal Mexicana y tomarse, por parte del presidente Benito Juárez, la medida de prohibir que los sacerdotes usaran traje talar, la cual nuestro buen padre “Macón” no acató. Al haber llegado a conocimiento de Juárez las virtudes de Suero, antes de sancionarle, lo llamó a palacio y le conminó a que cumpliese la orden o en otro caso le abriría causa y sancionaría. No se amilanó el fraile llanisco y contestó que igual que los militares se distinguen de los demás por sus trajes y galones, también los sacerdotes han de distinguirse de los seglares. Añadiendo que el Sr. Presidente podía prenderle e incluso fusilarle. Juárez no quiso extremar el rigor y transigió, si bien esa prerrogativa no la tuvo nadie más del clero.
Así, era aquel celoriano, formado, como Posada Herrero y el Cardenal Inguanzo, en el Monasterio que fue cuna de la cultura oriental de Asturias.
Fuente, “El Oriente de Asturias”
Imagen, Valentín Orejas
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