Los que somos “sabloneros” desde críos, tenemos grabado en la memoria los tiempos en los que la playa más céntrica de la Villa estaba compartimentada por palos de madera y el espacio que quedaba entre ellos cubierto por telas de colores. Eran los famosos y recordados toldos que, en aquellos veranos a años luz, se convertían en parcela de sombra y nuestra segunda casa. Pero el Sablón tuvo muchas etapas.
Así, una vez que se permitió que las mujeres se pudieran bañar en esa playa- con anterioridad, según rezaban las Ordenanzas Municipales de 1877, era exclusiva para hombres- contó con una suerte de balneario sobre pilastras de piedra. El mismo lo llevó la mar a bocados en el temporal del 16 de diciembre de 1917, aquel en el que las olas saltaban por el Paseo de San Pedro y bajaba el agua por el camino y los prados.
Después, el Ayuntamiento aprobó la construcción de otro, que fue inaugurado en el mes de junio de 1921, y que, aunque más sólido y de más postín, tampoco se libró de ser arrasado por los temporales.
También, esta playa dispuso de una caseta con ruedas que acercaban hasta la propia orilla con el fin de que las féminas entraran directamente en el mar, aunque totalmente tapadas con su traje de baño de franela, que se componía de pantalón largo, falda con muchos vuelos, chaquetón tres cuartos con cinturón y capucha para que no se mojara el pelo.
No es de extrañar que con el peso de aquellos ropajes “nadaran a lo mujer”, que consistía en dar golpes con los pies fuera del agua, sin embargo los hombres, con sus trajes completos de rayas trasversales, modelo presidiario, más ligeros, se podían permitir flotar sin sacar los pies del agua.
Cuentan que en esos años aparecían por el Sablón grupos de mujeres, a las que llamaban “Las Cabraliegas”, aunque muchas eran de las Peñamelleras y de Onís, en número de cuatro a lo máximo cinco, de cierta edad, que venían a tomar baños de mar, por mandato del médico o porque se popularizó sus beneficios para la salud.
Éstos tenían que ser impares y seguidos, siete o nueve, algunas se bañaban mañana y tarde, y hay quien se daba cuatro baños por la mañana y tres por la tarde.
Las que no recurrían al tratamiento intensivo, se quedaban en la Villa, hospedadas en casas de familiares y amigos. Algunas veces hacían sus guisos en el campo, cocinando las provisiones que habían traído, patatas, huevos, habas, queso, tocino, comprando solo el pan y la leche, que por entonces eran muy baratos.
Asimismo, al ser los baños gratis y utilizar como ropa, batas, faldas y blusas viejas, y algunas “los sacos de baño”, que eran envases desechados que se facilitaban en las tiendas de ultramarinos, la cura resultaba económica.
Al parecer, se acercaban a la orilla y cogidas de la mano, con el agua no más arriba de la rodilla, se agachaban y se levantaban aprovechando pequeñas olas.
Muchas historias guarda el Sablón, y cada una de ellas fundida en la siguiente.
Fuente: Textos de “El Oriente de Asturias”
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