Paseando por el puerto, me asomé sobre sus aguas y vi de nuevo aquellas huellas que dejaron los cabos de las lanchas sobre las duras piedras de los muelles.

Me vinieron a la memoria aquellos viejos amigos, aquella gente de la Mar que tanto nos enseñaron y que tantos caminos abrieron con las proas de sus lanchas y las fuerzas de sus remos, para arribar a las mejores playas y caladeros en donde recoger los frutos de la Mar que supondrían, el sustento de la familia y la prosperidad y educación de sus hijos, en el deseo de evitarles esa dura vida que ellos tuvieron que llevar.

Cuántas penalidades trabajos y esfuerzos tuvieron que soportar con carácter espartano, para sobrevivir con unos medios relativamente primarios, en unas aguas que no tenían la intención de facilitarles las cosas.

Cuantos tirones tuvieron que soportar ellos y sus barquillas, para que cabos de cáñamo marcaran con tan profundas heridas la dura roca de los muelles.

Esas heridas, que posiblemente también marcaron sus almas, quedaran marcando la piedra para siempre, recordándonos que de todo lo que es hoy la Villa de Llanes, en un porcentaje más que elevado, se le debe a ellos.

 No solo no debemos, sino que no tenemos el derecho a olvidarlos, a relegarlos a ese negro pozo que es el olvido, ya que no hay nada comparable a la oscura y fría soledad de la tumba del marino.

Descansen en paz, todos y cada unos de ellos, con la seguridad y orgullo, de que su misión entre nosotros la cumplieron bien y con creces.

Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.

Fernando Suárez Cué

 

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