Hace unas semanas traje a estas líneas la Casa Roja de Colombres, en esta ocasión me decanto por una casa pintada de azul. Y todo con el fin de escribir sobre otra mansión también indiana y asimismo ubicada en el Concejo de Ribadedeva, concretamente en el tranquilo y acogedor pueblo de Villanueva.
Se trata de la conocida como Quinta de Villanueva, en la actualidad convertida en hotel, sita un poco más arriba de la cuidada iglesia de nave única y pórtico al sur, bajo la advocación de San Juan y que datan en del siglo XVIII. La construyó en 1908 el indiano Joaquín Ibáñez Pría, que había hecho fortuna en México, bajo la dirección del maestro de obras Manuel Posada Noriega, y al parecer la decoración fue encargada en París.
Como todas estas edificaciones mezcla elegante y equilibradamente estilos. Llamando la atención el pórtico de la entrada, al que precede una escalinata, con cuatro columnas de capitel vegetal en las que se apoya un mirador de madera y sobre el mismo, una terraza con barandilla de forja, destacando además los acabados en arco de medio punto contrastando con el pequeño frontón del centro.
A este palacete de color azul océano, que no resulta ostentoso ni recargado, y en el que es fácil imaginar paseando por su exótico jardín y de fiesta en sus salones de techos pintados al fresco a ilustres personajes de la política, la cultura y a la alta aristocracia asturiana, tenía pensado Joaquín Ibáñez retirarse junto a su esposa, Cándida Ibáñez Sordo, sobrina de los hermanos Ibáñez Posada, también indianos, pero su muerte repentina, durante una estancia en México, impidió que se cumpliera su sueño.
Si bien, este indiano, como todos los que volvieron enriquecidos “de hacer las américas”, no se limitó a levantar una gran casa en su pueblo natal, reflejo de su éxito, sino que, antes de su inesperadamente muerte, le dio tiempo a patrocinar, en el llamado sitio de Robaley, el más importante lavadero indiano de Ribadedeva, una fuente y un abrevadero de piedra labrada para el ganado.
En ese recogido y bucólico lugar, restaurado recientemente, oyendo únicamente el musitar de las hojas de los árboles al caer, el rítmico borboteo del agua en la fuente y el vibrante canto de un herrerillo del mismo color de la Quinta que me llevó hasta allí, pensé que al Concejo de Ribadedeva, que forman Colombres y una decena de pueblos, entre la montaña y el mar, repleto de casonas de indianos, con su elefante enamorado, el valle oscuro y el río Cabra, no le falta nada, ni siquiera un puerto.
Imagen, Valentín Orejas
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