Los lavaderos públicos tuvieron mucha importancia hasta pasada la primera mitad del siglo XX, raro era el núcleo de población que no contara con uno.
Significaron un gran alivio para las sufridas espaldas de las mujeres que se pasaban media existencia agachadas en los ríos, fuentes, acequias, bajo un frío intenso o un calor sofocante, realizando las duras tareas de frotar, aclarar y escurrir la ropa.
Los lavaderos fueron mucho más que lugares para lavar la ropa, eran verdaderos centros de socialización para las mujeres, una suerte de foros.
En Llanes, el lavado de ropa, según Antonio Celorio Méndez Trelles, debió realizarse, durante las mareas bajas, con aguas del río Carrocedo, desconociéndose la fecha de la construcción del primer lavadero público.
Con fecha 20 de enero de 1901, “El Oriente de Asturias” recoge que “se encuentra terminado el nuevo lavadero que es espacioso y reúne inmejorables condiciones para el servicio. Ayer, se puso en comunicación con el tubo que ha de surtirle de agua y empezaron los trabajos para la instalación de luz eléctrica con el fin de que mañana pueda inaugurarse. Bueno será que el Sr. Alcalde ordene la limpieza del antiguo lavadero por hallarse bastante desatendido y en estado poco conforme con las exigencias de la higiene”. Seguidamente, con fecha 27 de enero, leemos en el semanario: “El lunes último, el Sr. Alcalde inauguró el nuevo lavadero público celebrando con cohetes”.
También, sabemos que 13 años más tarde se realiza una reforma para dotarlo con pilas de agua y desagües según presupuesto de Fermín Coste. Adjudicándose las obras a Maximino Álvarez en 2.322 pesetas.
A partir de los años sesenta, cuando se hizo popular el gran invento de la máquina lavadora, los lavaderos fueron relegados.
Algunos se conservaron o rehabilitaron, pero muchos se derruyeron, borrando así otro signo más de la identidad de las poblaciones.
Esa suerte fue la que corrió el de Llanes, de tan gratos recuerdos para los que vivimos nuestra infancia en la Villa, sobre todo para aquellos que habitábamos del puente para abajo.
Quizá al perder su utilidad pasaron de ser elementos arquitectónicos modestos a molestos, aunque el más simple estaba dotado de una gran belleza.
Imagen, Archivo Fernando Suárez Cue
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