¿Os podríais llegar a imaginar unas Mares en las cuales los cámbaros pesarán 300 kg? los congrios y anguilas 1.000 kg. y los calamares y pulpos más de 3.000 kg?
Pues bien, esas eran las supersticiones carencias, que aterrorizaron a los antiguos marinos cuando los tajamares de sus navíos hacían surcos sobre las inhóspitas, desconocidas y eternas aguas que rodeaban sus tierras.
Pues bien, en noches borrascosas donde las nubes tomaban extrañas formas, o centelleantes rayos de fría luminosidad, hacían aparecer ante sus ojos, extrañas formas que sin una explicación racional en aquellos tiempos daban paso a enormes seres que enfurecidos reclamaban las vidas y haciendas que todos aquellos que a su merced tenían.
Pero no creáis que eso ya pasó, pues yo mismo he experimentado en la Mar, situaciones que, si me llegan a ocurrir en alguno de aquellos siglos, desde el decoro, la educación y la higiene…. “Me voy patillas abajo”
Y os cuento.
Saliendo a la Mar, en una noche de “luna negra”, y tumbado sobre la proa de la “Celesta” de “Tajuelo”, vi pasar bajo ella la larga y sinuosa fosforescencia de una serpiente marina. Comentado con el patrón, me dijo que de serpientes nada, que era algún pez que salió disparado al acercarse la embarcación, dejando tras él una línea bioluminiscente.
Lo mismo ocurría cuando se movían varios peces a la vez, que parecía que se movía uno más grande. Ya no os digo si lo que se movía era un gran cardumen, el fogonazo de todo lo que abarcaba la vista te marcaba bajo tu quilla la presencia del cachalote.
Es cierto que en la Mar se ven, o crees ver, cosas raras, entre otros motivos, porque no estás en tu ambiente.
Momentos varios como estar de guardia de noche en el “Santa Clara”, sentado en la bañera del velero y contemplando el rielar de una enorme “luna blanca,”, cuanto ante mí y a contraluz cruzó, formando un arco perfecto una enorme aleta que me tuvo más de 5 minutos sin poder ni pestañear.
En otra ocasión, en la que me encontraba una noche semi recostado, más “p’allá que p’acá” sobre la regala de sotavento, aparece una marsopa, suelta su soplido junto a mi oreja, y del susto que me dio, casi llego de un salto a la perilla.
Cuando navegas a motor, te acompañan una serie de ruidos y vibraciones, no no aparecen cuando lo haces a vela, que solo te acompaña el siseo del viento y la respiración de la Mar.
Es entonces cuando por primera vez oyes ruidos, como los que yo oí, en que me dio la sensación de que una enorme mano salió del agua y comenzó a repiquetear sus dedos sobre la obra muerta y la cubierta del “Santa Clara”. No te mueves, guardas silencio y te centras en oír ese extraño repiqueteo sin saber ni que es, ni de donde viene, hasta que tal como apareció, se marchó.
El misterio dejó de serlo, cuando con el alba te encuentras en la cubierta media docena de peces voladores, que, asustados posiblemente por algún depredador nocturno, en su loca carrera y vuelo, fueron golpeando en el casco del velero. El misterio se había acabado, y los peces, frescos y fritos, proporcionaron un espléndido desayuno, con su prieta y dulce carne.
Una madrugada, navegando de bolina, oímos un golpe muy fuerte que hizo que el barco con una fuerte cabezada perdiera casi todo su andar. Por mucho que miramos, yo temía haber dado con un contenedor, no vimos nada. Durante unas horas navegamos con suavidad y sin forzar, hasta que comprobamos que la orza, que creo fue la que había recibido el impacto, parecía no haber sufrido y que no teníamos ninguna vía de agua, cosa que quise comprobar probando el agua de la sentina, que resultó dulce, por lo que deduje que lo más fácil es que hubiera sufrido alguno de los dos depósitos de agua potable que llevábamos. Como así fue.
Si algunas cosas como las relatadas, te incomodan, asombran o te quitan el sueño, en pleno Siglo XXI… ¿Que no pensarían, sentirían o verían las gentes de la Mar del Siglo XV?
No sé por qué os he contado esto, será “el hablar por no callar”.
Un fuerte abrazo, buena Mar y hasta la vista.
Fernando Suárez Cué
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