VILLA  DELFINA | LA FORTUNA QUE VINO DEL MAR

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En el límite de Asturias con Cantabria, a la orilla occidental del Deva que, llevando las aguas del Cares, va llegando a su desembocadura, se encuentra Bustio.

Al recorrer ese pueblo de sabor marinero y aspecto apacible, te parece caminar en un cuento en contraste con la bulliciosa y comercial Unquera, a la que se une por un viejo puente de hierro que a su mitad fija la frontera. 

Y como todo cuento que se precie no le falta su palacio, digno de la Bella Durmiente, que se conoce como  Villa Delfina y que determina la fisonomía de esta localidad de Ribadedeva. 

La mansión, que figura entre las más destacadas en concepción indiana del Concejo, se eleva sobre un alto mirando al rio y a los Picos de Europa, y fue el sueño de José Eguën Otazabal, indiano que, al contrario de la mayoría  de sus vecinos que emigraron a México, se estableció en Puerto Rico.

Y en ese archipiélago, que fue territorio de ultramar de la corona española, hizo Don José su importante fortuna, la cual le permitió, en el año 1921, encargar el proyecto de Villa Delfina al afamado arquitecto  santanderino Deogracias Mariano Lastras López, descendiente de una familia de varias generaciones de canteros, y que había dirigido obras tanto en Santander como en Asturias.

Entre las muchas construcciones de este arquitecto, que obtuvo el título en la  escuela de Arquitectura de Madrid en 1918, además de edificios en Santander, como el Banco de España o la Casa Cué, se encuentra la reforma del palacio del Collado, sito en Cimiano, de estilo regionalista montañés.

En cuanto a Villa Delfina, que parece pedir siempre ser fotografiada o descrita, rodeada de un muro de mampostería y pintada de blanco y con los recercados de color amarillo, presenta planta rectangular, cubierta a cuatro aguas y  un pronunciado alero, dos pisos y ático con galería acristalada, siendo la planta baja, que se comunica con un esplendido pórtico, generosa en arcadas. También, dispone en la fachada principal de un jardín aterrazado.

Con todo, lo más destacable, lo que se lleva la notabilidad, es la impresionante y altísima Torre esquinada, todo un símbolo de distinción, con la que el indiano pretendía ennoblecer su ascenso social, y cuyo volumen sobresale y en la que se abre un balcón con repisa volada, siendo fácil imaginar asomada, con un sombrero de cola de gasa, al hada madrina que liberó del hechizo a la Bella Durmiente.

Frente a Villa Delfina, mientras el fotógrafo estaba a lo suyo, y  pensando  en la gran contribución de los indianos al progreso de Asturias, patrocinando iglesias, escuelas, carreteras, cementerios, fuentes, casinos, se me fueron los ojos a la bonita y marinera veleta del palacete, que indicaba, además de los puntos cardinales, la dirección del viento, que no era otro que un sur soplando con fuerza.

Imagen, Valentín Orejas

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