Curiosamente en Ribadesella hay dos “Villa Rosario”, una que jalona, junto otras casas señoriales, la playa de Santa Marina; y la otra, muchos menos recargada, en el pueblo de El Carmen.
Frente a las escuelas, enclavadas en un edificio de 1900, actualmente el Museo del Territorio de Ribadesella, y muy cerca de la Iglesia, en la que llama la atención la enredadera de su pórtico, se alza, en planta baja, principal y ático, sobria y nada ostentosa, pintada de un blanco impoluto con los recercados en piedra y los balcones de hierro de fundición, el palacete al que el indiano Ramón Cifuentes Llano puso el nombre de su esposa, Rosario.
Ramón había nacido en Fresno, aldea de la parroquia de San Salvador del Moro, en el año 1854, y a los 17 años embarcó rumbo a Cuba en “el Habana”, bergantín con base en Ribadesella. Tras dedicarse a varios trabajos, se convirtió en almacenista de tabaco y posteriormente, en plena Guerra de Cuba, ingresó en el Batallón de Voluntarios de Pinar del Río, alcanzando los grados de capitán y luego coronel.
En 1909 se hizo, junto a un socio, con la propiedad de una de las fábricas de tabaco más antiguas y conocidas, hoy administrada por el estado cubano, Partagás.
De su vida privada se sabe que contrajo matrimonio con una viuda, Dolores Vento, a la que conoció en una carrera de caballos, la cual murió poco después. También, conocemos que a finales de siglo tuvo amores con una joven cubana, Josefa Garrido de 24 años, él alcanzaba los 41, con la que tuvo tres hijos. Nunca se casó con Pepa, como se la llamaba familiarmente, pues tras un viaje a España volvió casado con Rosario Toriello, con la que llegaría a ser padre de 8 hijos. Y sería con el nacimiento del primero de los vástagos de ese matrimonio cuando se desencadenaría una tragedia, ya que al enterarse Josefa de que se le había puesto a aquel niño el mismo nombre que al que ella había tenido con Ramón, él cual murió a la temprana edad de 12 años, no soportó el dolor y se quitó la vida.
Este indiano, que además fundó, junto al Marques de Arguelles, la fábrica de sidra “El Sella”, introduciendo esta bebida en México con el nombre de “La Santina” y en Cuba con la denominación “Covadonga”, no solo fue un triunfador en los negocios, sino que se distinguió por su generosidad con la tierra que lo vio nacer, beneficiándola, entre otras cosas, al hacerse cargo del costo total de las nuevas escuelas de El Carmen, y a su vez Ribadesella, de la que fue alcalde, le honró dedicándole una de sus calles. Asimismo, por sus servicios a España como militar recibió diversas distinciones.
No deja de ser sorprendente que en una pequeña aldea del Oriente de Asturias viniera al mundo quien convertiría a la Real Fábrica de Tabaco de Partagás en una leyenda de la industria tabaquera, de la que todavía hoy seguimos recordando su pegadizo eslogan: “Partagás y nada más”.
Fuente, “Grandes Tabaqueros”
Imagen, Valentín Orejas
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