… Y HABLANDO DE PERROS

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En los tiempos en que ya contaba con diez largos años sobre mis espaldas, vivía con mis padres y hermanos en la casa que tenían en la Plazuela de Santa Ana, desde cuya galería veía salir y entrar del puerto las lanchas de Llanes.

Por el ruido de sus motores sabía, o creía saber, la lancha de la que se trataba, de su nombre y del nombre de su patrón y para comprobarlo salía disparado hacia la galería, abandonando alguna que otra vez la comida en el plato, con “gran alegría” de Teresina mi madre, por abandonar la mesa sin pedir permiso.

Por cierto, la asignatura que regulaba este comportamiento se llamaba “Urbanidad”, y buenos coscorrones me costó esa afición al saltármela

“Amoniau” me quedaba mirándolas hasta que doblaban la Barra en su andar hacia el Oeste, mientras me imaginaba que me encontraba a bordo de ellas, pero no al lado del patrón en el gobierno de la embarcación, sino tumbado sobre el castillete de proa con toda la Mar ante mis ojos y con el perro a mi lado.

Y es que las lanchas de Llanes acostumbraban a embarcar uno de los llamados “perros de lanas” (posteriormente denominados “perro de agua”), de tamaño entre pequeño y mediano, con el pelo lanoso y muy rizado, y teniendo como colores predominantes el blanco y el negro,

Ahora bien, ni por un momento creáis que eso “perrinos” eran tan solo un capricho o un adorno, pues nada mas lejos de la realidad, ya que tenían un trabajo, el cual hacían con gran efectividad, pues los muy puñeteros eran rápidos como una centella y mas listos que el hambre.

Es fácil que conozcáis el chiste de dos paisanos que están hablando de perros, y uno dijo…” Pues hay perros tan inteligentes que incluso superan a su amo”, A la que el otro inocentemente contestó… ¡Eso ye verdad! … ¡Tengo yo unu!

Y es que estos perros, cuando la lancha llegaba a su playa de pesca, y comenzaba, por ejemplo, la faena del palangre, se apoyaban con las patas delanteras en la regala, vigilando la faena de pesca sin perder “ripio”.

La excitación iba en aumento, hasta el momento en que alguna pieza se soltaba del anzuelo, y quedaba libre. En ese instante el patrón gritaba… ¡Suelta!… ¡Suelta! 

A esa voz, el perro en cuestión de segundos localizaba al pez desanublado y se lanzaba al agua “repescándolo” antes de que se hundiera, para volver inmediatamente al barco, en donde eran izados los dos.

Según el “Reglamento de la Dirección General de la marina Mercante”, cuando un barco, y por los motivos que fuesen, es abandonado por su tripulación, el valor del barco y de su carga, con ciertos requisitos, pasa a ser propiedad del que lo rescate. Pues bien, dentro de esta situación me contaron una anécdota muy significativa.

Frente a las costas llaniscas, hace muchos años, quedó abandonado un velero de medio porte, registrado con el nombre de “San Juanín”, y cuyas bodegas se encontraban completamente estibadas de cemento. Allá fueron marineros de Llanes a su rescate pensando en los duros que iban a ganar. Mas cuál sería su sorpresa, cuando al abordar el barco se encontraron con el perro a bordo. El barco no estaba abandonado, por lo tanto, sus esfuerzos fueron inútiles. No se consiguió cobrar nada por encontrarse a bordo del “San Juanín” un “miembro” de su tripulación.

Alberto Rodríguez Santiañez (“Cuchi”), en su lancha “Petache”, tenía un perro que respondía al nombre de “Memo”

La primera vez que este perro quiso salir a la Mar, fue una noche en que Estanislao fue a buscar a “Cuchi” a su casa para salir a pescar. El perro salió detrás de Estanislao, pero al llegar al muelle no le dejaron embarcar, y la lancha zarpó, dejando al animal en tierra. Al ver salir a la embarcación, el perro se “encuevó” bajo unas rocas y no hubo fuerza humana capaz de sacarlo de allí, pues los que lo intentaron se encontraron con una verdadera fiera, dejándolo al final por imposible. 

Al regreso de la lancha, en cuanto la oyó “Memo” fue a recibirla con gran profusión de brincos y ladridos como si no hubiera pasado nada, pero había estado agazapado 12 horas, desde las 5 de la madrugada hasta las 5 de la tarde. Edad de “Memo”, 6 meses.

Mas adelante, cuando este perro fue mayor y con sus “facultades pesqueras” totalmente desarrolladas, se lanzaba desde el “Petache” al agua para repescar algún pez que se había soldado del aparejo, pero lo hacía con tal habilidad, que los sujetaba por las aletas para no dañarlos. Aunque también es verdad que cuando aparecían los toliños, había que encerrarlo para que el muy bobo no saltara tras ellos.

Otro perro de los que dejaron su impronta en Llanes fue el llamado “Pochi”. Este pertenecía a Adolfo (“el Buzu”), y no era un “perro de agua”, sino una especie de pastor alemán, que anduvo embarcado en “El Jesús” (el “Jesús del Gran Poder”).

Cuentan de él, que cuando se encontraba en una pelea con otro rival, “Pochi” procuraba que esta pelea se resolviera en el agua, ya que parecía intuir que en tierra llevaba todas las de perder, mientras que en el agua ocurría todo lo contrario.

“Pochi” se calumbaba muy bien, tan bien, que una vez en el puente de Ribadesella, y en una tertulia, estaba Adolfo enredando con un llavero que contenían un juego de llaves de su barco, cuando en un descuido, el llavero fue a parar a la ría, pero “Pochi” que lo vio, se lanzó sin dudarlo desde el puente, y buceando consiguió sacarlo. Según cuentan las crónicas del momento, la profundidad del agua en aquel lugar era de 4 metros. Por cierto, el plato favorito de “Pochi” era el bacalao crudo. 

Eran animales de una gran fidelidad y con un sentido de la propiedad de lo mas acusado. Como botón de muestra, se contaba una anécdota ocurrida en Santander, una vez que Adolfo y su tripulación fueron a vender el producto de la pesca, dejando a “Pochi” al cuidado del barco.

Después de cerrar el trato, y tras tomar unos vinos para celebrarlo, al volver unas horas mas tarde, se encontraron con un gran grupo de personas en el muelle, allí donde estaban atracados. Al interesarse por el motivo de tal reunión, se encontraron que eran los tripulantes de los varios barcos que se hallaban abarloados por fuera  al suyo, y que no podían pasar a sus respectivas embarcaciones, ya que tenían que cruzar por el barco que habían encargado custodiar a “Pochi”, y por lo visto el perro no estaba dispuesto a que nadie pisara sus dominios.

Si pensamos, y siempre siguiendo las crónicas que nos han llegado, que los barcos podían ser 6 o 7, y que las tripulaciones las componían en esa época entre 12 o 14 marineros, no nos equivocaríamos en demasía al deducir que “Pochi”. en esos momentos. está controlando a unas ochenta personas.

El abuelo de Francisco García Antolín (Paco “Fragarán”), era guarnicionero (le llamaban “El Guarni”), e hizo los aparejos para una “xiarré”, que había construido Valderrábanos, y en el que se carricocheaba, arrastrado por “Pochi”, un “Fragarán” de cuatro años, para envidia de propios y extraños.

Adolfo (“el Buzu”), tuvo otro perro que respondía al nombre de “Turco” y que estuvo embarcado en el “Machin” y en “Chambelena”.

Estos barcos, por su porte y calado, y por las dificultades que entrañaba el antiguo puerto de Llanes, tenían algunas veces su base en Ribadesella.

La costumbre en esa época era que al entrar por la barra de la ría, los distintos barcos como eran “Tortón”, “Callarda”, “Marina”, “Lubina”, entre otros, avisaran son sus pitidos el tipo de capturas que traían, para que la Rula avisara a su vez a los compradores.

Pues bien, “Turco”, tumbado en el suelo de la cocina, no le hacía el menor caso a todos esos sonidos, hasta que pitaba el “Chambelena”, suyo silbido conocía sobre todos los demás, saliendo disparado a recibirlo inclusive antes que algunos de los mismos marineros que no habían sido capaces de distinguido.

No creo que se pueda llegar a decir (como no sea a través de la pasión del dueño), si unos perros eran mejores que otros, pues todos tuvieron un instinto privilegiado y unas aptitudes rayando siempre en lo increíble, como tenía el perro “Moro”, de Santiago Fuentecilla (“Tiago”).

“Moro!, que me parece que siempre anduvo embarcado en la “Mini Merche”, era hijo de una perra que tenían “los Gurriones”, y de “Bleik”, un perro en realidad listísimo, propiedad de Pedro Conde Piñera (Pedro “el Patón).

Este “Moro”, a bajamar, recorría la Ría muy despacio pisando con suavidad hasta que conseguía poner la pata encima de un rodaballo. Entonces le “hincaba el diente” con rapidez, y lo sacaba para depositarle en seco. Pero… ¡Madre de Dios cuando se le escapaban! Montaba en cólera y formaba una zapatiesta de ladridos, saltos y chapoteos, dignos de mejor causa.

Volviendo de la Mar, una vez Careto y Tiago se encontraron con que “Moro” estaba de pesca y tras él iba Eladio Caldero (“Sevilla”) recogiendo los rodaballos que el perro iba dejando “en secu”. Otras veces era a “Manolán” al que “Moro” le dejaba las capturas.

Pero “Moro” no solamente pescaba rodaballos, sino que había llegado a tal sofisticación en sus movimientos, que era inclusive capaz de cazar pájaros. Para ello, y con mareas vivas, el perro se metía en las aguas del puerto, dejando solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. De esta forma se acercaba despacín a una “chirla”, por ejemplo, quedándose “puesto” y sin moverse si el ave lo miraba, hasta que esta se confiara, arrancándose entonces sobre ella en un segundo, cuando lo creía conveniente. Al menor descuido de la “chirla”, ya era presa. Se ponía como loco para poder salir a la Mar, pero por lo visto “Moro” tenía un enorme y grave problema, “Mpro” se mareaba y, cuando esto le sucedía se acurrucaba en lo mas profundo del rancho y allí tumbado ya no se movía hasta llegar a puerto.

Era el encargado de la vigilancia de las cajas de sardinas, y no tocaba ni permitía que nadie tocara una sola, y eso que el premio que recibía por hacer ese trabajo era darle un puñado de ellas, las cuales comía crudas, ya que eran uno de sus platos favoritos.

Hubo otros perros más, entre los que recordamos al que tenía “Negrín” (Alfonso Díaz Cué), se llamaba “Gavi”, y embarcaba en la lancha “La Nuestra” propiedad de su dueño.

En la “Salerosa”, propiedad de Ramón García Salero (“Salero”), iba con él su perro “Fledi”

De estos perros me han contado cosas verdaderamente jocosas, porque realmente sus dueños fueron y son personas como nunca podrá haber otras.


Para finalizar, os voy a contar una de “traca”.

Esta historia se desarrolló en el puente de Ribadesella, que no sé qué tendrá ese bendito puente, que casi todo parece que ocurra allí, pero el negocio comenzó jugando con un perro tirándole cosas a la ría, para que el animal las sacara. El asunto se fue animando, pasando de tirarle palos a tirarle una gorra y después una chaqueta. Todo lo sacaba el animal también más excitado y animado cada vez.

Mientras tanto se había ido formando un corro de interesados espectadores, entre los que se encontraba, según me contaron, una abuela con el nietín en brazos, o una joven mamá con su hijo de pocos meses (en realidad los historiadores no se han puesto de acuerdo), pero, en fin, para el caso es lo mismo.

La cosa fue, cuando uno de los “maestros de ceremonias”, del espectáculo, se dirigió a la señora y le dijo… ¡Presteme el criu! …¡Verá como el perru lu saca!

¿Podéis imaginaros la cara, el grito y la escapada de la buena señora?

Buena Mar y hasta la vista amigos.

Fernando Suárez Cué

 

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