La falta de documentación sobre el monasterio de San Antolín, a causa de haber ardido sus archivos en el siglo XVI, hizo que las leyendas crecieran de manera exuberante.
Así, su fundación deriva de dos de ellas que protagoniza el llamado conde de Muñazán. Una refiere una cacería que terminó en milagro, y la otra tiene su fuente en un crimen pasional.
Además, ambas leyendas nos transmiten la filiación de aquel conde, atribuyéndole un nombre con ascendencia histórica: Muño Rodríguez Can, hijo de Rodríguez Álvarez, que era nada menos que hermano de la madre de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Tras estas leyendas, que llenan las páginas de la historia del monasterio de exotismos y fantasías, cabe preguntarse qué se sabe con exactitud.
En relación al conde Muño, está acreditado que vivió en el siglo XI, tiempo en el que se cree que fue consagrado el monasterio, y que no era un dechado de virtudes, sino sanguinario, cruel e incluso ladrón. Este último calificativo se le adjudica porque fundó un convento en Caravia y para dotarlo de elementos básicos de subsistencia, no pensó en otro modo mejor que apoderarse violentamente del monasterio de San Pedro de Soto.
No obstante, la mayoría de los autores, Manuel García Mijares, Argaiz, Cuadrado, Elviro Martínez, basándose en los enterramientos de San Antolín, coinciden en que el Muñazán de la leyenda no era don Muño Rodríguez, apostando por el conde de Aguilar como fundador del monasterio benito.
También, conocemos que el monasterio estaba habitado por el año 1174, y que el abad Juan, en el año 1209, empezó la iglesia, continuándola su sucesor Jacobo.
Asimismo, es sabido que, en el siglo XVI, las costumbres de la comunidad de San Antolín estaban muy relajadas y por ello se cometían arbitrariedades e insensateces, lo que llevó a los principales hombres del Concejo a rogar a la Santa Sede la unión del monasterio a la congregación de Valladolid, y más tarde la anexión al cercano convento de Celorio. Tras esa unión se convirtió en Priorato y era atendido por un monje, dependiente del abad de Celorio, que hacía el servicio parroquial de Rales, Naves y San Martín.
Desgraciadamente, no queda nada del antiguo monasterio, que al parecer era considerado por la Orden como lugar de castigo para sus clérigos. En cuanto a la hermosa iglesia románica, de tres naves, crucero, linterna central y tres ábsides semicirculares, sigue abandonada a su suerte.
Fuente, “El Oriente de Asturias”
Fotografía, Valentín Orejas
Dibujo, Juan Llamas
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