AUTODIDÁCTICO NATATORIO

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Muchos presumen de ser autodidácticos en muchas cosas, pero, yo puedo presumir que junto a otros críos del barrio fuimos “autodidácticos natatoriales”.

Os cuento:

Como muchos otros críos de “Santana” y La Moria, pasamos mucha parte de nuestra infancia enredando por la playina del Sablín, en donde jugamos a carreteras, con túneles y puentes, siendo nuestros coches y camiones latas vacías de conservas de sardinas y bonito. Algunas veces atábamos con un bramante una lata a otra para hacer camiones con remolque.

También jugábamos a “espadas” y al más picaresco “cortar el cebollin”, que junto con el de “jugar a médicos” (este más bien en El Fuerte o La Barra), terminaban muchas veces como el “Rosario de la Aurora”, pues la parte femenina no estaba para bromas ni procacidades, y uniéndose y haciendo piña, “nos daban la del pulpe”.

Vista del Sablín

Bien sabéis que la cabezona del Sablín (muelle Merlón). contaba con dos escaleras en su cara Norte que terminaban sobre la arena, y dos escaleras en su cara Sur que daban directamente sobre la entrada al puerto interior.

Pues bien, dicho esto, mi aprendizaje comenzó. cuando en la escalera más cercana a la cabeza del muelle Merlón, y con un calado de poco más de un metro y medio (procuraba que no me cubriera), me tiraba de “panzatu”, para no hundirme y que la cabeza siempre estuviera fuera del agua.

Muelle de «Merlón» y «Pozón de la Compuerta»

La operación consistía una serie de seis lanzamientos y nadando “a lo perru”, para volver hasta la escalera sin que ninguna parte de los pies, inclusive el “dedu gordu” tocara la arena, pues en el caso de que esto ocurriera, aunque fuera de la forma más suave, habría que volver a empezar.

El día que conseguí hacer una de estas series sin tocar la arena, y otra serie más para asegurarme, decidí que entonces ya estaba preparado para nadar dentro del puerto, sobre la cara Sur de la cabezona, donde más o menos había una profundidad de entre 3 y 4 metros.

Me decidí a hacerlo y bajando por las escaleras de la cabezona que estaban casi enfrente de “La Gran Señora”, me puse en el escalón más bajo con el agua hasta los tobillos, pues así no tendría que saltar.

De lo primero de lo que me percaté es que esas aguas eran muy oscuras, casi negras (hoy comprendo que eran debido a la profundidad, y al fondo arenoso de marisma del Riberu que ahí había), así que armándome de valor (y mucho), y con más miedo que vergüenza, me tiré de “panzatu” desde la citada escalera, notando en primer lugar que el agua estaba mucho más fría que la de la del Sablín, volviendo inmediatamente a la escalera con una velocidad que ya hubiera querido Mark Spitz (si, ese de las 7 medallas en los “Juegos Olímpicos de Múnich 1972”).

Efectuada esta heroicidad, y asombrado por mi valor, decidí que… “por hoy ya está bien”, y subiendo hasta el muelle, fui mirando un puquitin por encima del hombro, a los que todavía estaban enredando en la playina.

Me creí desde ese momento pertenecer por derecho propio al grupo de Manuel Patiño Díaz (la “Chita”), que con menos de 1 metro de agua se lanzaba de cabeza desde el muelle donde hoy está la “Escuela de vela”, de Vicente López (“Montoto”), que hacía verdaderas cabriolas tirándose desde el “Muelle Santiago”, o como Roberto García, (chapista del servicio Renault), que lo hacía desde la inoperante hoja de la “Gran Señora”.

La Compuerta como trampolín

Como dato curioso, os diré que “La Chita”, después de tirarse y salir del “calumbu” retorciéndose como una anguila, volvía a pie hasta la escalera, por eso llegué a dudar si sabría nadar. pues yo nunca le vi hacerlo.

Todos esos saltos, cabezón que cabezón, conseguí con el tiempo hacerlos yo, tal y como lo hicieron muchos críos de “Santana” y La Moria, que nadie nos enseñó a nadar siendo totalmente autodidácticos. 

Tenía yo por aquel entonces 10 largos años sobre mis espaldas.

Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos

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