-F: ¡Hola, compañeros!… ¿Qué pasó?
-C: Por aquí ya ves, nada nuevo, y tú… ¿Qué te traes?
-F: Pues nada de particular, aunque en honor a la verdad, ayer estuve en San Vicente, y vine con un poquitín de mal sabor de boca, y cierta envidia, al ver lo burros que fuimos por estos pagos. Además, no vale decir “envidia sana”, porque creo que la envidia siempre es envidia, y de sana debe de tener bien poco.
-T: ¡Vale filósofo!… ¿Y eso, a que viene?
-F: Pues verás, como estaba en bajamar, sobre la arena, vi dos bateles preciosos, uno un poquitín abandonado, pero el otro era una maravilla por lo de cuidado y limpio que lo tenían. No sabes la envidia que me dio, al ver esas dos embarcaciones, no mejores que las que teníamos por aquí, pero por desgracia, ya desaparecidas.
-R: Es verdad, pero hay que comprender que eran otros tiempos, tiempos muy duros, por cierto, y que la gente no estaba para florituras y adornos, y mucho menos el conservar embarcaciones para un futuro.
-F: Ya lo entiendo, pero no deja de ser una pena, porque a diferencia de lo ocurrido en otras latitudes, en las costas francesas por ejemplo, en que valoraron y cuidaron hasta nuestros días su patrimonio marítimo, pero en nuestras costas, cuando arribó la modernización y se apostó por las nuevas tecnologías, en la mayoría de los casos, se llevó de forma drástica y sin el más mínimo interés por la conservación del nuestro patrimonio náutico, provocando la casi inmediata desaparición de las lanchas a vela y la transformación de todo su entorno.
Esto añadido a lo mencionado anteriormente y a la arraigada costumbre de nuestros marineros por deshacerse de todo aquello considerado como obsoleto ha dado lugar a una realidad descorazonadora. Hoy en día es prácticamente una entelequia el hablar de “recuperación” de embarcaciones tradicionales. Por otro lado, esta embarcación de pesca costera, el batel fue en su día la más utilitaria del Cantábrico, siendo un modelo de embarcación muy popular y extendida. Se calcula que en 1890 existían en nuestra costa más de 500 unidades, de las cuales, en la actualidad, como ya hemos visto, no se conserva prácticamente ninguna.
-F: En Llanes había algunos, ¿No?
-R: Pues sí, aunque no las denominábamos bateles, pues en esta zona las llamábamos, “lanchas” o “lanchinas”, según tamaño. También se les llamaba “barquillas”, por la proximidad que tenemos con Cantabria, que era así como las denominaban ellos.
-F: A eso si puedo añadir, que resulta innegable la influencia que tuvo el Lejano Oriente en todas las Marinas europeas, a través de los árabes, pues debemos recordar que, en el Noroeste de la India, todavía navegan unos preciosos veleros, llamados “batels” y “battelas”, y a lo mejor no sería demasiado arriesgado asociarlos a los “batelak” vascos, ya que en la náutica es todo posible
-F: Era la más chica, ¿No?
-C: Pues sí, el batel o lancha, fue la más estilizada y esbelta embarcación de toda esta zona norteña, y representará al ligero esquife movido a remo, con las diferencias esenciales de las embarcaciones de remo de banco fijo en el Cantábrico, frente a las demás especialidades en España, refiriéndose a la distribución de los remeros y el diseño de las embarcaciones, al mismo tiempo que fue la más pequeña de las embarcaciones de pesca de toda la flota artesanal norteña.
Como embarcación a remo, estaba compuesta de tres o cuatro “tostas” o “bancadas”, y tripulada por 4 remeros y un patrón o timonel empuñando el remo patrón o espadilla colocada sobre un tolete en popa. Eran los llamados “bateleros”. Los remeros manejan cada uno un remo, al igual que el patrón, situándose normalmente uno detrás de otro, aunque esto podía variar, de forma que cada remero bogaba por el costado contrario al del que tenía delante, remando el llamado “boga” o “popa”, que era el marinero más próximo al patrón, siempre situado por la banda de babor.
El aparejo del batel consistia en un mástil corto, clavado en una fogonadura situada en la primera bancada, y una vela al tercio, con una muy corta caída a proa, lo que en la distancia, y a simple vista, la hacía parecer una vela latina o triangular.
-R: Espera un pocu, porque llegué a ver, que, en algún caso, armaban dos mástiles, imitando la doble arboladura de sus hermanas las lanchas mayores.
-P: Tienes razón, yo también los he visto.
-T: Sigo. Era una embarcación de aproximadamente 5 a 6 metros de eslora, sirviendo en su día para un sinfín de menesteres. Por otro lado, era la embarcación de pesca costera más polivalente en su día en el Cantábrico, siendo un modelo de embarcación muy popular y extendida por toda la costa, desde Galicia hasta Vizcaya. Era la embarcación personal del pescador, con la cual se permitía seguir faenando a pique de costa, cuando las lanchas mayores no salían a la mar por cualquier motivo, ya fuera por inclemencia del tiempo, por estado de la Mar o cuando intuia la falta de pescado.
-P: Los bateles que tu viste, deben ser de los pocos que han llegado hasta nuestros días, si te fijaste, tenían un diseño común en todos ellos y que se resaltaban por sus proas altamente afiladas y codastes remangados hacia dentro, y en exhibir muchos finos en sus líneas de agua, que se remataban en una elegante popa de nuez, esmeradamente acabada y con rodas y codastes remangados hacia dentro, y muy poco calado, presentando un conjunto sumamente fuerte en su construcción De hecho, eran traineras en miniatura.
-F: ¿Qué tipo de aparejos portaban?
-T: Pues verás, aunque algunos lo hacían, no era usual que usaran picas, esos anzuelos grandes empleados en el pincho y grandes palangres, sino que los aparejos que usaban eran redes ligeras, algunas nansas, y sobre todo cañas cortas y aparejos de mano para la pesca a fondo, como por ejemplo la cabra, breca, xaragu, y otras especies, además del muy apreciado calamar.
-F: Lo que yo sabía, es que, en la época de las grandes navegaciones a vela, el batel era junto con las lanchas, las embarcaciones auxiliares que llevaban estibadas a bordo, y, era precisamente el batel en último en subir, y por lo tanto, con este hecho se anunciaba la inmediata partida del buque. Había una frase muy significativa que decía “Batel a bordo, amigos fuera”, que indicaba a los visitantes que debían desembarcar al momento.
-T: Cuando yo era un críu…
-R: ¡Ah!… ¿Pero ya se habían formado las Mares?
-F: ¡Concho Ramonín, te pasaste!… ¿Quieres callar la boca, y dejarnos escuchar?
-T: ¡Déjalu que bebió pocu y está “amomiau”!
-T: Como os decía, cuando yo era un criu, vi como las máquinas se fueron imponiendo a la vela, y por lo tanto la lancha, que también sufrió este cambio, se transformó en una embarcación para una especie de ocio remunerado, o sea, que era empleada por su propietario, por jóvenes marineros cuando no iban a faenar y por jubilados de la Mar, para pescar cerca de la costa y así conseguir algunas piezas para consumo propio, o para al venderla y así aumentar los ingresos familiares.
-F: Desde el punto de vista de la construcción de estas lanchas, no existe un modelo tipológico común, por lo que las embarcaciones menores ofrecen una mayor variedad en sus formas que los barcos de altura.
Cada villa marinera de nuestro litoral presenta unas características propias que son las que han condicionado su arquitectura naval local, propiciando la diversidad tipológica. Nuestra costa se caracteriza por la bravura de sus aguas y la irregularidad de sus vientos, por lo que las condiciones de navegación no son fáciles, y además había que contar, que hasta hace muy pocos años, las entradas en nuestros puertos y estuarios no eran nada fáciles. Acordémonos del nuestro, el de Llanes, cuyo acceso estaba condicionado por la barra arenosa que asentada en la bocana había que sortear peligrosamente para entrar, ya que allí, era ella la que provocaba la rompiente de la ola de arribada.
-C: Para ello, había que proveerse de una embarcación a remo, fuerte pero manejable, construida en la propia villa, por los “carpinteros de rivera”, de los cuales, y entre la Estaca de Bares y el rio Bidasoa, no hubo otro tan profesional, con tanto gusto y con tanto amor a su trabajo como nuestro “Tiago” (Santiago Cubillo).
-R: ¡Eso!. Preguntarle la habilidad que había que tener para hacer una popa de nuez. Las tablas, o tracas, tenían que ser curvadas y retorcidas antes de unirse al codaste, de tal manera que pocos carpinteros lo consiguen hoy.
-T: ¿Os acordáis de cuando “Tiago” ponía unas tablas dentro de un tubo de hierro con fuego debajo para cocerlas?
-F: De eso me acuerdo yo. Lo hacía en el taller que tenía en la Dársena, por detrás de donde se encuentra hoy la Casa del Mar, y era para dulcificarlas y poder después adaptarlas a las cuadernas con más facilidad. Por cierto, que eso también lo hago yo, aunque de otra manera, en la construcción de maquetas navales
-P: ¡Ay compañerín! El tiempo de nuestros grandes calafates norteños ha pasado, hoy día se viaja más que se navega.
-C: Por último, voy a deciros que para entrar o salir a remo del puerto, había que echarle un buen par de brazos, y para eso nuestra marinería se las pintaba sola, ya que había muchos y muy buenos remeros, como eran Tiu Pepe, Tajuelo, Tisto, Machi, o Fonsín, “Negrín”, entre otros muchos, pero sobre todo a Logio “El Chulu”, cuyo nombre, como remero y palista traspasó fronteras.
-P: Sí señor, esos eran unos números uno.
-C: Bueno que os parece… ¿Marchamos a la Barra?
-T: ¡Venga, marchamos!
Un abrazo y hasta la vista amigos
Fernando Suárez Cué
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