Me encontraba una plácida mañana, de un maravilloso día de verano del siglo pasado, tomando tranquilamente “las once” en la terraza de “La Casa del Mar”, con Eutiquiano Díaz Sordo (Tiquiano la “Nutria”), cuando aparecieron José Antonio Conde Piñera (Cote el “Patón”), y Ramón Martínez Noriega (Ramonín el “Cortalixiu”) y les dio por hacerme la pregunta del millón… Fernandín… ¿Por qué la Mar es salada?
Sin darme tiempo a contestarles, empezaron las discusiones entre los “doctos” presentes, aunque en defensa de la verdad creo que el que acertó de pleno fue “Tiquiano”, que nos explicó la teoría de las aguas dulces de los ríos y los arrastres de tierras salitrosas que depositaban en la mar. Toda una lección de conocimiento.
Sé que estos amigos ya han recibido un escrito que habla del tema con gran seriedad, pero yo, investigando, investigando, me he encontrado con esta historia, que creo es la más fantástica y veraz de las realidades, por lo que voy a relatárosla en este…
Érase una vez, hace muchos, muchísimos años, cuanto todas las aguas de nuestro Planeta eran dulces, y todavía los animales marinos salían a la tierra para ver sus maravillas y los animales terrestres bajaban a las profundidades de la Mar para contemplar los tesoros que allí existían, habitaba en esas profundidades y frente a las costas del Norte, “Abasconte”, el Señor de las Profundidades Marinas, en donde tenía su inmenso castillo, el cual ocupaba en compañía de su esposa Toranzea, y su hija, la bellísima y dulce princesa “Torimbina”, alegría de su vida y de su reino, ya que tanto el rey y la reina, así como la como la princesa, vivían pendientes de las necesidades y bienestar de sus súbditos. En fin, que era un reino feliz, alegre y próspero.
Pues bien, un día que “Abasconte” estaba visitando una parte de su reino, un velocísimo correo real, “Toliñín”, le trajo la mala nueva de su hija había sido raptada por el malvado rey “Turbónico”, Señor de las altas, frías y grises tierras que se encontraban cerca de su marino reino, con el fin de desposarla con su hijo “Muescón”.
Hundido en la tristeza y desesperación, se acercó el rey a la costa con todas sus huestes con el fin de intentar localizar al raptor; pero al ver su castillo tan lejos, tan alto, tan inexpugnable, dando un fiero grito lanzó al aire su terrible “fitora”, la cual al caer golpeó a una osa que estaba tranquilamente bebiendo el agua dulce de una ría, cayendo sobre ella una terrible maldición, pues convirtiéndola en piedra la condenaba para siempre a estar vigilando la entrada de esa ría, hasta que todas las cosas volvieran a la normalidad y la bella “Torimbina” regresara al castillo de su padre el Rey, que se encontraba en la profundidades de la submarina playa de “Abascal”.
Pasó el tiempo, mientras el rey “Abasconte” en su obsesión, enviaba una tras otras poderosas olas contra la tierra para ver si lograba que el pico donde se encontraba el castillo del malvado “Turbónico” se desplomara hacia la Mar, donde seria destrozado por las fuerzas enviadas por “Abasconte”. La verdad es que no lo logró, pero el límite entre la tierra y la mar, quedo modelado en enormes y salvajes acantilados, de los que con el tridente el furioso rey desgarraba grandes peñascos que dejaba abandonados y solitarios cerca de la costa.
Siguió pasando el tiempo, hasta que un día un travieso y simpático “pulpe”, de nombre “Guruñín”, se encontró de sorpresa y sin quererlo con “Sablónidas”, un pescador que estaba paseando por una playa cercana a la pequeña Villa marinera en donde moraba.
Al darse cuenta de la tristeza que embargaba al pulpo, el marinero le preguntó:
– ¿Qué te pasa “chachu”, que llevas esa cara?
“Guruñín” le conto la triste historia, a lo que el pescador, después de escucharle atentamente, le contestó diciéndole:
– “No te preocupes, vete rápidamente a presencia de tu Rey, y dile que estoy en situación de ayudarle, pues conozco perfectamente el lugar en donde tienen retenida a su hija, la princesa “Torimbina”, y la voy a rescatar”.
Enterado el buen “Abasconte” de la maravillosa oportunidad que se le ofrecía, enganchó a su carro cien enormes “toros marinos” y con la mayor rapidez posible fue al encuentro del humano en una playa cercana de su casa, convirtiendo en piedra a algunos de dichos toros, para que vigilaran durante esa entrevista, y que nadie pudiera ni interrumpirles ni hacerles ningún daño.
–¿Qué necesitas para salvar a mi hija la princesa? – Pregunto el nervioso y desconsolado rey.
– “Solo necesito una gran nube negra que ciegue los ojos de “Turbónico”, y mucho, muchísimo ruido para que ninguno de sus sicarios me oiga llegar”. Le contestó “Sablónidas”
Así lo hizo el rey, enviando una espesa y negra nube que cubrió los picos donde se erigía el castillo de su enemigo y una furiosa galerna que ensordeció a todo ser viviente en muchas leguas a la redonda.
Empezó el ascenso a las altas cumbres el valiente pescador, guiado por dos enormes gaviotas, llamadas “Balloteria” y “Palopoonia”, que el poderoso Señor de las Profundidades Marinas le había enviado para que le acompañasen, ya que a estas bellas, atrevidas y descaradas aves ni las cegaba la nube ni les asustaba el ruido de la embravecida Mar, con lo cual nuestro héroe consiguió llegar a “Turbinia”, la capital del reino del malvado “Turbónico”, y sin grandes complicaciones rescatar a la princesa “Torimbina”, aprovechando que todo el mundo, muerto de miedo, se había escondido en lo más profundo de los sótanos y mazmorras del castillo.
Cuando dejaron a la princesa en los brazos de los felices “Abasconte” y “Toranzea”, tan grande fue la alegría del rey, que se olvidó de todo lo que no fuera estar con su hija, hasta tal punto, que ni pensó en desencantar a la infeliz osa de la entrada de la ría, ni a los magníficos toros de la playa, donde todavía se pueden ver convertidos en piedra.
Pasadas las fiestas que en el Reino se organizaron para celebrar el regreso de la princesa, el ahora feliz y agradecido rey, mando llamar a su presencia al valiente “Sablónidas”, al cual le dijo:
–Por tu valor te concedo todo lo que desees… ¡Pide!
–No necesito nada Señor, tan solo si pudieras aligerarme de un trabajo que debo hacer y que ya está siendo muy pesado para mí. Le contestó el pescador
– “¿Qué trabajo es ese?”. Pregunto el rey
– “Pues verás poderoso “Abasconte”, cada luna mucho he de andar, en un largo y penoso viaje, para llegar a lejanas tierras en busca de la preciada sal para mi familia y para la conservación de mis capturas, ya que, sin la sal, los alimentos no saben a nada y las piezas por mi pescadas no se pueden conservar durante mucho tiempo”.
– “¡Remediarlo es fácil!”. Dijo el rey, y mando traerle un mágico molinillo capaz de moler toda la sal que se le pidiera, y que como real presente se lo entregó en ese momento
Marchó “Sablónidas” encantado por tan maravilloso regalo, pues este sería la fortuna y prosperidad, no tan solo suya y de su familia, sino de toda la Villa, ya que el buen pescador, molía sal para todo aquel que la necesitara.
Pero la historia no acaba aquí, pues, aunque para “Sablónidas” y su familia tuvo un final “de fueron felices y comieron perdices” … no lo fue para un convecino, envidioso y ruin de nombre “Bufotiustón”, que, en un descuido de su propietario, le robo el mágico molinillo y embarcándose en su lancha, marchó hacia “la cinta de la mar”, para poder moler toda la sal que quisiera sin que nadie le viese, y así aprovecharse él solo de tan preciado mineral.
Mas he aquí, que con lo que no contaba el malísimo de “Bufotiustón” era que desconocía totalmente las palabras mágicas que hacían detenerse el molinillo en su trabajo, por lo que este siguió y siguió moliendo sal, para llenar hasta los toletes la lancha del ruin ladrón, que terminó hundiéndose por el peso de esta, arrastrando todo su contenido, incluidos al infame “Bufotiuston” y al mágico molinillo, hasta las oscuras, profundas y frias aguas de nuestra Cántabra Mar.
Por eso, hoy en día, si en una tranquila noche de “luna blanca” (luna llena), con la mar calma como una poza, y cuando esté todo en silencio, nos acercamos a “Punta Jarri” y prestamos mucha atención, podremos oír un rítmico y extraño sonido que nos llegará desde el fondo de la Mar…. ¡Es el molinillo que todavía sigue, sigue y sigue moliendo sal!
Por eso mis queridos amigos, y nada más que por eso… ¡La mar es salada!
Buena Mar y hasta la vista
Fernando Suárez Cué
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