Está amaneciendo, sin prisa subo las escaleras de piedra labrada del mirador, especie de espina dorsal geológica que separa mar y tierra. Al Sur como en un recoleto valle, el pueblo jalonado de murallas, torres y palacios y como contraste moderno urbanismo bello y sugestivo.
Al Norte un horizonte lechoso que va aclarándose, una neblina que el Sol que aparece encendiéndose por el Este con esos rayos aún sin calor pero cargados de luz van aclarando también. Sentado en un banco rústico, que el salitre carcome y al que da sombra un tamarindo, se va abriendo ante mis ojos el azul, ese azul siempre igual pero que no tiene dos segundos iguales siempre cambiante, siempre relajante, como no, cadencioso, como cintura de bayadera, arrullador como fuente de cristal, una brisa suave que ensancha tus pulmones y tú espíritu tan cuidadosa ella ,tan sutil que apenas te despeina. Cerca la casa de los balleneros, que cabalgaron esa mar madre amable a veces furiosa otras, pero yo he venido a relajarme, a medida que el Sol avanza hacia su cenit, el inmenso azul, con la pleamar nos envía esa brisa más intensa, cómo para aliviarnos del excesivo Sol.
Entre tú y el horizonte pequeños barcos que van a pedirle a la mar que les entregue una parte de la plata que atesora.
Es la tarde.! Vuelve¡ verás como la marea se retrae, la brisa decae, el Sol se esconde despacito, como vergonzoso por el Oeste mientras el inmenso azul lo recoge en su seno.
Y tu espíritu que al amanecer estaba ansioso, receptivo, absorbente, se serena se recoge a su vez como las gaviotas a su nido, como las pequeñas barcas de pescadores rumbo al puerto seguro. Es la noche que llega, pero mañana, si queremos, lo tendremos todo de nuevo.
La mar por su género es generosa, mañana nos ofrecerá de nuevo su espectáculo, sin entrada ni tique, gratis total, te lo dará todo a cambio de un poquito de sensibilidad nada más.
Por JAVIER ALVAREZ «PANCHITO»
imagen, VALENTÍN OREJAS