Entre tantas cosas que nos impidió hacer “la primavera confinada”, hubo algo que eché especialmente de menos: subir a San Pedro.
El día que por fin pude poner los pies en el paseo, sentí verdadera emoción.
Y ese intenso sentimiento, por la asociación de ideas que se producen en ocasiones, me trajo a la memoria estas palabras: ¡Con qué emoción nos fuimos media villa a San Pedro a ver pasar un gigantesco hidroavión!.
Esta exclamación se le había escuchado a José Luis Mijares, mi tío abuelo más intelectual y cosmopolita, y aunque se me quedó grabada no tuve la curiosidad de saber de que aparato se trataba y del porqué había podido verse desde San Pedro.
En cuanto llegué a casa me puse a investigar y me fue fácil enterarme de que mi tío se refería al hidroavión Dornier DO X de 24 motores. Este aparato, en su momento el más pesado y potente avión del mundo, que batió récord mundial al transportar 170 personas, fue producido por una empresa alemana, pero en su planta de Suiza, a orillas del lago Constanza, evitando así los términos restrictivos del tratado de Versalles, que prohibía a los alemanes fabricar cierto tipo de aviones tras la primera guerra mundial.
También, averigüé con un poco más de dificultad, que el imponente y espectacular hidroavión realizó en el año 1930 un vuelo trasatlántico de prueba a Estados Unidos. Y que tras hacer escalas en Ámsterdam y Casholt llegó a Santander. Saliendo de esa ciudad el día 23 de noviembre rumbo a La Coruña, donde amerizó, repostó 15.000 litros de gasolina y fue objeto de un cálido recibimiento por lo que la casa alemana constructora envío una réplica del Dornier Do X que lo reproducía fielmente, la cual fue depositada en el Museo Arqueológico.
Llegado a este punto solo me quedaba situar al hidroavión volando en las proximidades de Llanes, y sabiendo que de la capital de Cantabria despegó a las 10,30 de la mañana y a una velocidad de 128 kilómetros por hora, resulta que más o menos a las 11 de aquel apacible día del veranillo de San Martín, adultos y niños llaniscos, entre los que se encontraba José Luis Mijares con apenas 10 años, se agolparon en el paseo de San Pedro para ver pasar al “barco volador”, aunque tal vez, después de tanto preparativo e ilusión, solo alcanzaran a columbrar una estela en el horizonte.
Pero la emoción no se la quitó nadie, como tampoco a mí el volver al paseo de San Pedro.
Imagen, Valentín Orejas
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