En los tiempos de semiconfinamiento, me permití volver a escribir, de forma más concreta y amplia, sobre aquella terrible tormenta que el 15 de octubre de 1833 sembró la tragedia en muchos puertos asturianos y cántabros.
El día anterior había amanecido soleado en Llanes, y en el muelle los 17 tripulantes de “Nuestra Señora de las Lindes”, patroneada por Manuel García, se afanaban en preparar la lancha para una buena faena de pesca.
Tras la vaticinada extraordinaria jornada, oscuras nubes presagiaron temporal, así a las 7 de la mañana el barco izó velas y puso proa al puerto de Llanes, donde ya las tres hogueras anunciaban que la entrada era inaccesible.
Resignados a su suerte, los marineros amarrados a las bancadas y con el agua por la cintura, acordaron virar y dejarse llevar a favor del viento.
Mientras tanto en la villa las gentes corrían a la Moría intentando sin conseguirlo distinguir a “Nuestra Señora de las Lindes”, la cual empujada hacia el oriente, acabó golpeándose contra un islote de los que emergen a la entrada de la ría de San Vicente de la Barquera.
Y cuando la destrucción de la nave y la muerte de los marineros parecía inevitable, milagrosamente son conducidos suavemente a puerto.
Después de una calurosa acogida en la villa marinera cántabra, que les prestó toda clase de ayuda, y repuestos de la fatiga, el día 16, los tripulantes y su patrón, en cumplimiento de la promesa que en los momentos más angustiosos habían hecho, visitan la capilla de la Virgen de la Barquera, depositando a sus pies una suerte de filigrana representando un ramo de flores que bordaron con un cincel en una piedra.
Al día siguiente, cuando ya era Llanes todo lágrimas y luto, se recibe la noticia de que un tripulante, al que llamaban “Chiquito”, de los dados por muerto, había llegado a Purón, localidad a la que los llaniscos se precipitan para abrazar a sus familiares y amigos.
Y desde Purón, todos partieron en dirección al santuario del Cristo del Camino, y tras rendir tributo a los pies del Señor, descendieron a sus casas con gran emoción y júbilo.
Todavía, les quedaba a los náufragos otro voto por cumplir, así a las 8 de la mañana del día 19 la campana de la capilla de Santa Ana convocó a subir a la capilla de la Virgen de Guía, donde confesaron, oyeron misa y comulgaron.
Escribe Manuel García Mijares, que los restos de aquella lancha los conservó Francisco García Ruenes, hijo de aquel legendario patrón, Manuel García.
Y añado yo, que me han contado, sin que haya encontrado documentación alguna que lo confirme, que el barco que pende del techo de la capilla de la Virgen de la Barquera, fue un regalo de los marineros de Llanes en gratitud por el generoso comportamiento, que en la villa marinera de San Vicente, había recibido la tripulación de “Nuestra Señora de las Lindes”.
Fuente: “El Oriente de Asturias”
Imágenes, Valentín Orejas
0 comentarios