La historia del Octavius empezó el 10 de septiembre de 1761, cuando ese barco partió de Londres a China. Tras llegar meses después, volvió a cargar sus bodegas para regresar de nuevo a Gran Bretaña. Nunca llegó a su destino, perdiéndose en alta mar en algún momento del año 1762.
El 11 de octubre de 1775, el ballenero groenlandés “Herald” se encontraba faenando en aguas del Atlántico Norte cuando, de pronto, y en medio de un silencio sepulcral, se escuchó la voz del vigía gritando: “¡Barco al frente y al oeste!”.
Según se iban acercando, se dieron cuenta de que el barco cubierto de hielo que se encontraba detrás de un iceberg, que con el sol brillaba como si fuera de cristal, era una goleta de tres mástiles, algo inusual en esas aguas.
A través del catalejo vieron que las velas estaban hechas trizas, el casco muy deteriorado y en cubierta no había señales de vida. Se arrió un bote para abordar el barco y abriéndose paso a través de la cubierta tapizada de hielo, bajaron a los camarotes donde hicieron un macabro descubrimiento. Tumbados en sus literas y cubiertos por mantas, se encontraban 28 marineros congelados. Cuando entraron en el camarote del capitán, vieron que éste estaba sentado en una silla frente a su escritorio, muerto, con una pluma en la mano como si estuviera haciendo sus últimas anotaciones en el cuaderno de bitácora. En la misma cabina, había tres cuerpos más, una mujer descansado su cabeza sobre el brazo con los ojos completamente abiertos, un niño pequeño abrazado a un muñeco de trapo y un hombre con un pedernal y una barra de metal que parecía intentar encender un fuego.
En el Diario de Navegación faltaban todas las páginas a excepción de la primera y la última. Ésta, que llevaba fecha de 11 de noviembre de 1762, recogía que llevaban atrapados en el hielo 17 días, el fuego se había extinguido y el hijo del Maestre había muerto aquella mañana.
Aparentemente el capitán del Octavius había decidido encontrar el legendario “paso del noroeste”, lo que al parecer logró de modo póstumo.
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