HACER LAS AMÉRICAS

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Entre finales del XIX y comienzos del siglo XX, se limita un periodo en el que grandes contingentes de jóvenes, especialmente de regiones norteñas con fácil salida a la Mar, como fue Asturias, se vieron obligados, en esa época, a emigrar a países iberoamericanos, allende las mares, como podían ser Argentina, Cuba o México entre otros en busca de una mejor fortuna. Fue lo que se denominó el ir a “hacer las Américas”.

El perfil del indiano común respondería al siguiente arquetipo: varón, entre los veinte y cuarenta años, humilde, soltero y alfabetizado. Esta última característica será determinante a la hora de ascender en las colonias, donde la mano de obra “cualificada” (en términos del siglo XIX), no abundaba. Las provincias más alfabetizadas de España en 1853 eran aquellas recostadas junto al Mar Cantábrico: Asturias, Cantabria y el País Vasco, que con un 35% de su población analfabeta en 1860, se encontraban muy por delante del 88% que no sabía leer y escribir al sur del Duero, exceptuando la capital, Madrid.

De la mayoría de los 300.000 asturianos que se supone emigraron a América entre 1850 y 1950, apenas el 3% llegó a cumplir los sueños económicos que albergaba a la hora de la partida.

Al principio, las familias llegaban a los puertos en “caravanas”, tras viajar por España a pie o en carros. Ya en las ciudades portuarias, pasaban una larga espera hasta que llegase el ansiado momento de embarcar. A todo esto, se sumaba la compleja documentación que los emigrantes tenían que presentar ante el Gobierno Civil del puerto para poder embarcar. Los momentos del embarque y la despedida en los muelles alcanzaban cotas de gran dramatismo. Muchos de ellos no volverían a ver a sus familias, ni a su pueblo ni a su país. Era un punto de no retorno.

Unos fueron por propia iniciativa, y otros por el efecto llamada, por tener allegados más o menos directos establecidos allí, que los reclamaban, y que ya empezaban a montar el embrión de negocios familiares que llegaron a cosechar notables éxitos. Otros, la mayor parte no tuvieron tanta fortuna, y no encontraron en América, un destino mejor que el de la pobreza de la que huían.

Algunos, como hemos dicho, jamás regresaron y de otros ni siquiera se tuvo noticias después de haber embarcado. La mayor parte de ellos volvieron igual o peor que se habían ido y a estos se les conoce con el apelativo peyorativo de ‘indianos del pote’ o de ‘la maleta al agua’. Regresaron humillados y se les recriminaba el fracaso. Tuvieron su oportunidad y no supieron disfrutarla. Ya lo dejó escrito el poeta José García Peláez (“Pepín de Pría”): “De mil emigrantes apenas vuelven ciento, y de esos ciento acaso viene uno rico y cincuenta enfermos”.

Los indianos que lograron amasar verdaderas fortunas y decidieron volver años más tarde a sus lugares de origen participaron en el movimiento económico de la región con el envío de remesas de dinero, algunas destinadas a la rehabilitación o a la construcción de viviendas, otras a la compra de fincas para aumentar el patrimonio familiar y también a la realización de obras públicas. De sus cuentas corrientes y billeteras salió el dinero para construir escuelas, fuentes, traídas de agua, caminos públicos, cementerios, puentes, alumbrado eléctrico, monumentos, parques, casinos, teatros, boleras, carreteras y hasta para la renovación ganadera, con la introducción de razas desconocidas en la zona, como las afamadas vacas suizas. Ante todo, su principal intervención se concretó en la construcción de centros docentes, sabedores de que la educación era la principal herramienta redentora de la miseria.

Al mismo tiempo, algunos procuraron prestigiarse adquiriendo algún título de nobleza, comprando y restaurando antiguas casonas o pazos, o construyendo palacios de nueva planta, en un “estilo colonial” o “ecléctico” muy vistoso, que pasaron a llamarse «casonas» o «casas de indianos», como ocurre en la localidad asturiana de Somao (Concejo de Pravia), donde es particularmente abundante la rica arquitectura indiana del Principado,

Como costumbre y para recordar los orígenes de sus fortunas, a menudo incorporaban en sus jardines palmeras, de las cuales una estaba presente ante la puerta principal del edificio, como símbolo de su aventura por tierras tropicales.

Entre los indianos asturianos más conspicuos estuvieron Ramón Argüelles Alonso, que luego sería “marqués de Argüelles” , Manuel Ibáñez Posada, que se hizo con el título de “conde de Ribadedeva”, y su hermano Luis Ibáñez Posada, que fundó el Banco Hispano Americano con la repatriación de capitales tras el desastre de 1898, entre otros muchos.

Destacan entre otros los del Concejo de Llanes, como Manuel Cué Fernández, promotor del colegio de la Arquera, Pedro del Cueto Collado, gran benefactor de Naves, su pueblo natal, Alonso Noriega Mijares, corito que ejecutó a su costa obras públicas de necesidad y utilidad, en bien de la salud y la higiene, Faustino y Nemesio Sobrino, creación del “Instituto libre de Pimera y Segunda Enseñanza”, y del “Asilo Hospital”, José Parres Gómez, hijo predilecto y gran benefactor de Balmori, Don Pedro de Teresa y Miranda, que edificó en la Guía la finca de “Villa Vicenta” (“Palacio de la Guía”), para su esposa Doña Vicenta Rubiera, y otros más que sería largo y entretenido el nombrarlos, pero que ya no creo sea necesario, puesto que están en la mente de muchos de nosotros.

Buena Mar y hasta la vista.

Fernando Suárez Cué

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