A la entrada de Pendueles, hay una casa, nada pretenciosa, orientada al medio día y con el mar al fondo, que siempre me paro a contemplar. Posee cierto aire colonial con sus colores pastel y galerías sostenidas por columnas. Esa pequeña mansión, de planta cuadrada y dos pisos, no es otra que la Casa de Verines, propiedad de la Universidad de Salamanca, en la que se imparten cursos de verano, y en septiembre se celebran los famosos Encuentros Literarios.
Sabía que la había mandado construir un indiano, Ricardo Ortiz, que hizo fortuna en México y en Brownsville (Texas), y que el constructor fue Manuel Posada Noriega, maestro de obras de gran reputación dentro y fuera de los concejos de Llanes y Ribadedeva, que edificó, entre otras, la Casa de Piedra, la Casa Roja y la Villa Las Rabucas, de Colombres. Lo que desconocía era el motivo por el que también la llaman la Casa de los Irlandeses.
Al parecer, ese nombre se debe a que jóvenes del Colegio de Nobles Irlandeses del Patronato de San Patricio de Salamanca, que cursaban estudios eclesiásticos en la ciudad a orillas del Tormes, utilizaron la Casa de Verines como residencia de vacaciones, desde los años 20 del siglo pasado hasta el verano de 1936, momento en el que se vieron obligados a abandonarla a toda prisa como consecuencia del estallido de la guerra civil, volviendo después del conflicto bélico hasta 1957. Cuentan en Pendueles que a aquellos jóvenes irlandeses les gustaba jugar al fútbol en las playas y se les oía tocar el piano y el violín. Supongo que en aquella biblioteca estaría Joyce, y en la de ahora no faltará “Canta Irlanda”.
¿Habrán sido los primeros veraneantes extranjeros en el Oriente de Asturias? ¿Les recordaría nuestro paisaje costero al de su tierra? ¿Se percatarían de las similitudes entre nuestra mitología y la suya?
Puestos a ignorar, lo que tampoco conocía es que el Colegio de Nobles Irlandeses del Patronato de San Patricio de Salamanca lo fundó el Rey Felipe II, y tenía como fin la educación católica de jóvenes de aquel país, para que, una vez ordenados sacerdotes, volvieran a Irlanda a propagar el catolicismo. Religión que lo tenía difícil tras ser reconquistada Éire por los Tudor, aquella dinastía que protagonizó los mayores escándalos de su tiempo.
El Colegio regido por los jesuitas estaba tan establecido que tras la expulsión de éstos, en el año 1767, siguió contando con la protección real. Durante la Guerra de La Independencia el edificio donde se ubicaba fue tomado por las tropas francesas, y se trasladó al colegio mayor de Fonseca, ocupando después otros inmuebles de la ciudad.
Releo lo escrito, y me viene a la cabeza la razón de la estrofa, que nunca había entendido, del poema que Celso Amieva dedicó a la Playa de Pendueles:
“Los seminaristas, todos irlandeses,
clavan en tus ancas ojos futbolistas
y luego los bajan cual dóciles reses,
todos irlandeses los seminaristas”.
Imagen, Valentín Orejas y archivo Hibernicum
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