Cuentan que costó mucho instalar la plancha de hierro, la cual estuvo muchos días apoyada en el muelle del Sablín, lo que obligó a que todas las lanchas estuvieran fuera para no interrumpir los trabajos.
A pesar de que nunca entró en funcionamiento, según dicen porque no llegaron los motores, fue testigo durante 61 años de la vida del Puerto y de la Villa, lugar favorito de los rapaces para lanzarse emulando a los saltadores de la Quebrada de Acapulco, y de famosas anécdotas, como la protagonizada por el recordado y célebre Pedrito Galguera, que llegó a vendérsela, manifestando que era suya, a un industrial vasco.
Era la señal de identidad del Puerto. No había otra como ella en el Mundo.
Texto, Maiche Perela Beaumont
Imagen: Archivo Fernando Suárez Cué
Sin lugar a dudas, fue la primera buena y bien plantada moza de la que quedé prendado, y con la que tuve algunas aventuras.