LA LANCHA BALLENERA. UNA PODEROSA MUY HUMILDE.

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Todos sabemos, o por lo menos hemos oído, la historia y terrible final del barco ballenero más famoso de las historias náuticas de ficción el “Pequod” (nombre que proviene de una tribu india originaria de Massachussets en EE.UU), y la obsesiva y autodestructiva lucha de su capitán Ahab hacia un gran cachalote blanco, historia que no es totalmente fantástica, ya que está basada en un hecho real, como fue la epopeya que padeció la tripulación del ballenero “Essex”, de Nantucket (Massachusetts), bajo el mando del capitán George Pollard, Jr., de 28 años de edad, cuando fue atacado por un cachalote más grande de lo normal en 1820 en aguas del Pacífico Sur, y cuya tragedia llegó a oídos de Herman Melville. Hay una novela muy interesante sobre este histórico tema, “En el corazón del mar” (Nathaniel Phibrick)

La frase “Call me Ishmael” traducido al español como “Llamadme Ismael”, es la traducción directa, con la que comienza la novela “Movy Dick” (Herman Melville 1851), pero tiene un pero, y es que en inglés, cuando alguien da su nombre, no dice “Call me”, sino “My name is Ishmael” o “I am Ishmael”, por lo que algunos traductores van un poco más allá y han propuesto frases como “Pongamos que me llamo Ismael” o “Me podéis llamar Ismael”, dando a entender que ese no es su verdadero nombre.

Pero, en fin, la realidad es que se ha convertido en una de las citas más conocidas de la literatura en lengua inglesa, y uno de los comienzos más conocidos de la Literatura Universal, casi igual a nuestro “En un lugar de la Mancha…”

También todos sabemos, o por lo menos hemos oído hablar de la “lancha ballenera”, “chalupa ballenera”, o “ballenera” a secas, pero para los que hemos tenido la suerte de consultar el magnífico libro “Antiguos Mareantes de Llanes”, del doctor e historiador D. Antonio Celorio Méndez-Trelles (y esto no es publicidad, es una muy real realidad), ya nos ha quedado más clara la idea que sobre esta embarcación, posiblemente la más humilde, pero sin lugar a duda, a la vez la más efectiva de las que componían las dotaciones de los grandes balleneros, podíamos tener.

Pero aún nos quedan algunas cosas por saber, como es el poder llegar a entender por qué una pequeña lancha a remo,  tripulada por unos hombres, que en el momento más crucial y peligroso de la caza y captura de la criatura más grande de todas los que han existido en la historia de la  Tierra, y resistiendo además la furia de la Mar, se enfrentaban con valor y coraje, en una lucha titánica, y bogando de espaldas al “Leviatán”, pues tan solo el timonel, encarado a proa, era el único que veía y analizaba el peligro, sin que a ninguno de ellos se le encogiera el corazón al realizar semejante trabajo. 

Ahora vamos a intentar saber cómo eran esas “chalupas balleneras”, que ya aparecen relatadas en los siglos XIII y XIV, delatando así la antigüedad de la caza de ballenas en toda nuestra cantábrica costa, evidenciando por medio de estos relatos, la técnica que requería el acercarse a escasos metros del cetáceo, resaltando sobre todo el valor y destreza de los tripulantes, tanto por la rapidez con la que se lograba hacer toda la operación, como a la gran maniobrabilidad de esta embarcación, muy fiel y obediente al gobierno.

Es el caso de la chalupa ballenera de New Bedford, conocida en todo el mundo gracias a la citada novela “Moby Dick”, que, como curiosidad, tuvo como su evolución final, en las que se usaban localmente en las Azores para la caza del cachalote, y que se ha mantenido hasta el siglo XX. Actualmente la lancha ballenera de las Azores perdura, hoy en día, tan solo como embarcación de regata, algo así como nuestras norteñas traineras, o las jábegas malagueñas.

 

Gracias a las chalupas balleneras vascas del siglo XVI, halladas y estudiadas en Red Bay, conocemos en detalle cómo eran las embarcaciones que protagonizaron uno de los capítulos más épicos de la historia marítima universal.

Estamos ante una embarcación polivalente, menor, sin cubierta y movida a base de remos y vela, usada tanto para la pesca de bajura, como la de la de sardina con red de enmalle (aunque los pescadores vascos también llevaron esta embarcación a Terranova en sus tempranos viajes bacaladeros, hacia 1550),), como para la caza de ballenas por el litoral vasco, por el de Asturias, Cantabria y Galicia, para posteriormente adentrarse en el salvaje y peligroso Atlántico Norte.

Cada una de las siete lanchas que acostumbraba a portar un ballenero, estaba construida por medio de cinco “tracas” (tablas”), de madera de cedro o roble cortada en menguante, y de entre 10 y 12 ms. de grueso, con el fin de que no se abrieran en el prolongado tiempo que, sobre la cubierta del ballenero, quedaban expuestas al agua y al sol. Las dos primeras tracas estaban montadas en tingladillo y las tres inferiores montadas a tope, con el fin de lograr mayor resistencia del casco, dando como resultado el poder conseguir un bote fuerte, muy marinero, estrecho, largo y ligero, y de dos proas, con esloras entre los 8 m. y 10 m., mangas entre el 1,5 m. y los 2 m. y calados de 40 cm. 

En un principio son movidas a remo, los cuales se acostumbraban a fabricar de madera de haya, ya que además de dureza, les daba una cierta flexibilidad, pero a veces pasaban algunos días alejados del buque en pos de su presa, para lo cual entonces armaban un palo trinquete en “candela” y otro, el mayor muy caído hacia popa, e izando velas al tercio. Palos desmontables que, por supuesto, llevaban siempre a bordo, entre otros pertrechos, como eran los arpones y lanzas, líneas de cáñamo de primera calidad y 300 m. de longitud, agua, ron, cuchillo y machete, fuegos de artificio, farol y rezón

Estaban calafateados sus cascos, por el exterior, con una brea espesa y negra, “la pez” o “alquitrán”, que se extraía de la resina del pino y, que mezclada con grasa animal la usaban para la protección de la tablazón e impermeabilización de los barcos, mientras por el interior empleaban la misma brea, pero más líquida, muy semejante a un aceite.

Cuando se avistaba la ballena, se avisaba a la tripulación, con el grito, al parecer, de… ¡Ballena! al mismo tiempo que se marcaba su situación señalándola respecto al rumbo en que en ese momento navegaba el barco. Eso de … ¡Por allí resopla!… creo que es como muy “cinefiloamericano” … ¡Ellos sabrán de donde lo sacaron!

En cambio, no se habla de la voz que decía…” ¡Fuego en la chimenea!, cuando el surtidor que surgía de su espiráculo, abriéndose y contrayéndose espasmódicamente expulsaba un fuerte chorro de espesa sangre roja. Esa era la señal de que el cetáceo estaba herido de muerte.

En el momento del comienzo de la acción de persecución y caza del cetáceo, una ballenera estaba tripulada normalmente por entre seis y ocho hombres, el timonel, que acostumbraba a ser un oficial, e inclusive el capitán del ballenero (encargados de dirigir la marcha,  arengando a sus hombres con ahínco), uno o dos arponeros, y cuatro o seis marineros a la boga, que se sentaban en las bancadas de forma alterna (“boga en punta”), para no coincidir dos personas en el mismo banco y así tener más facilidad de movimiento.

Armaban sus remos, sobre “escálamos” (toletes), sujetos por medio de fuertes estrobos, unos hechos con finas ramas de abedul, y otros con filásticas de cáñamo u otras procedentes de distintas plantas, que les daban, al parecer, más seguridad y rendimiento que los toletes de “media luna” (“chumaceras”). Ambos, toletes y chumaceras, iban fuertemente montados sobre la regala. Algunas veces, se le ponía una especie de tubo de plomo al guion del remo, para equilibrar el peso de los dos tercios aproximadamente que quedaban fuera de la embarcación.

La boga se hacía con lo que se denominaba “remo en punta”, que es cuando los remeros se sientan a accionar los remos, sentados uno a cada banda, pero en bancos consecutivos. La otra forma, la de bogada a “remos pares”, se hace por medio de un remero sentado en el centro del banco, manejando un remo por cada banda, o por dos marineros bogando, pero sentados en el mismo banco. En el último momento, cuando querían acercarse muy silenciosamente a la ballena, sustituían los remos por canaletes

Una vez alcanzada la presa, y lanzado y bien clavado el arpón en el animal, el patrón, dejaba de actuar sobre la caña del timón, para emplearse sobre la “espadilla”, “remo de maniobra”, o como se denomina por estas aguas, “remo patrón”, que le daba más potencia y rapidez en la maniobra durante el arrastre por el herido cetáceo.

El cable del arpón no iba sujeto a su asta (mástil), que se podría romper, sino que iba unido por medio de una argolla al hierro de dicho arpón, que era realmente el que aguantaba la fuerzo del tirón, quedando la asta prácticamente suelta.

Al mismo tiempo, se dejaba largar el “cable” (cabo), que estaban perfectamente “adujado” en dos barriles, el primero llamado “línea de arpón” (el activo en esos momentos), y el segundo, o “cabo auxiliar”, cuyo cable se podía empatar rápidamente, cuando la situación lo pedía, si el animal se sumergía en busca de aguas más profundas

El cable, antes de salir por una muesca que había en la proa de la lancha, entre el tolete de proa y el caperol, pasaba por un “bitón”, situado a popa, cuya misión era impedir que, debido a la fuerza del arrastre de la lancha, esta cabeceara y metiera la proa por el llamado “ojo de la aguja” (meter la proa en el agua), lanzando a toda la tripulación por encima de ella.

Tal era la fricción que producía el cabo del arpón en su rapidísimo paso sobre el bitón, que este tenía que ser mojado por media de un caldero con agua que a tal fin portaban, ya que, de no ser así, la posibilidad del auto-incendio, por tan salvaje frotamiento, a bordo era más que real.

Arponeada, alanceada y muerta la presa, si esta estaba a distancia del barco ballenero, se le clavaba una banderola con los colores de dicho barco, para que no hubiera ningún tipo de confusión de quien era su cazador propietario, si a este despojo se acercaba otro ballenero que anduviera a la caza por aquellas aguas.

El ballenero al que pertenecía la tripulación de la chalupa cazadora se acercaba hasta abarloarse a la ballena, se la trincaba a la borda y comenzaban las labores para sacar el esperma y el aceite, pero, a partir de ahí es ya otra historia. 

Y eso es todo. Buena Mar y hasta la vista amigos

Fernando Suárez Cué

Bibliografía:

“Revista de Estudios Marítimos del País Vasco”
“Antiguos Mareantes de Llanes”. Antonio Celorio Méndez-Trelles.
“Balleneros y corsarios”.  Edgardo Mackay.
“Enciclopedia General del mar”
“Leviatán o la ballena”. Philip Hoare.
“Moby Dick”. Herman Melville.
“El Pacífico Español” (Mitos, viajeros y rutas oceánicas)

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