Siempre he dicho que de la Mar me gusta todo, ya tengan las espinas por dentro o por fuera, pero si hay uno que me parece increíble es “la ortiguilla” (ortiga de Mar), que junto a la sabrosísima “espardeña” (pepino de Mar, cohombro de Mar o llongo), es uno de los bocados más deliciosos, con sabor a Mar, que nos puede ofrecer el Mediterráneo.
La “ortiga de mar” es una anémona marina del grupo de los celentéreos que se consume como marisco, y que, aunque algunas personas pueden tener dudas sobre si es un animal o una planta, lo cierto es que pertenece al reino animal, dentro de la clase “antozoos” (del griego “anthos” = flor, y zoon = animal), al igual que los corales y las “plumas de mar”, estando admitida en España como una especie pesquera y de acuicultura.
La ortiguilla de mar, que como hemos dicho está considerada una anémona, nosotros la hemos convertido en marisco, pues ha pasado de ser un alimento que en tiempos de la postguerra española palió el hambre utilizándola como fritura (esto hay que agradecérselo a los gaditanos), a ocupar un merecido lugar en la gastronomía popular del sur de España, por estar muy vinculada a su cultura culinaria, pasando, y con justicia, de marisco de pobres a exquisito manjar, aunque por desgracia tan especial producto sea muy poco conocido en nuestras norteñas tierras.
La ortiguilla tiene un gran parecido con las algas, pero en realidad es un animal, ¡una extraña “delicatessen marina” cubierta de pequeños tentáculos de puntas rosadas y colores liliáceos, que fija fuertemente a las costas rocosas y se mueve con el vaivén de las olas. Tan vistosas y bonitas en el fondo del mar, cuando se las saca de su ambiente, se mantienen frescas muy poco tiempo, pues enseguida se oxidan y pierden su color y apariencia. Una pena, porque son realmente vistosas.
Por último, y entrando en su faceta gastronómica, os digo que la forma más usual de comerlas es rebozada en harina y fritas en aceite de oliva, consiguiendo un crujiente empanado que presenta un total e inesperado contraste con su suave textura y ese intenso sabor a bagazo de Mar.
También se consumen en toda la zona del Delta del Ebro y Menorca, donde se elaboran desde el siglo XVIII.
También se pueden comer maceradas en vinagre, como plato principal, o como tapa, como acompañamiento y como parte de las frituras del “pescadito frito”, tan típico en Andalucía, aunque también se integra como parte de los ingredientes de un “arroz mediterráneo” con pescados y mariscos variados o acompañadas de verduras y jengibre. Asimismo, se pueden preparar suculentos revueltos, tortillas, ensaladas, escabechados y con pasta (raviolis, espaguetis, tallarines o macarrones), entre otras muchas recetas. En fin, sus posibilidades son “casi interminables”
Por último, hablando de arroces, y antes de que se me olvide, quiero avisaros que, si algún día en un viaje que efectuéis por la costa de Alicante, no se os ocurre pedir una paella, lo más fácil es que os contesten que eso no lo hacen ellos, eso lo hacen los valencianos, los alicantinos lo que hacen son arroces.
Buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
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