Como “Grandes Cabos”, es el nombre que reciben en la navegación oceánica los tres principales cabos de la ruta marítima a través del Océano Austral, denominados el “Cabo de Buena Esperanza” (sur de África, en ocasiones reemplazado por el “Cabo Agulhas”, que efectivamente está más al Sur), el “Cabo Leeuwin” (extremo meridional de Australia) y el “Cabo de Hornos” (que se conoce solamente por “Hornos”, en el extremo austral de Chile).
El cabo Sudeste en Tasmania y el cabo Sudoeste, en el extremo de la isla Stewart, en Nueva Zelanda, son incluidos ocasionalmente como hitos importantes de la circunnavegación.
La ruta tradicional de los grandes buques mercantes a vela seguía los vientos por debajo de los 40º S, eran los llamados “cuarenta rugientes” que, con gran intensidad circulan libres al sur de dichos cabos, lo que era particularmente peligroso para la mayoría de las naves.
A partir del paralelo 50º S, y hasta los 60º S, podemos apreciar como el viento se vuelve más intenso, son los denominados “cincuenta aullantes”, y que se produce entre las latitudes 50º y 60º.S
Por último, todo esto convierten a los vientos a partir de los 60ª S, en los “sesenta bramadores”, un auténtico peligro para la navegación, más aún si tenemos en cuenta la gran cantidad de icebergs que flotan en estas aguas próximas a la Antártida.
Hay una frase que refleja el enorme respeto que siempre han tenido los marinos por esos fuertes vientos que se dan en los mares del Sur, cuando decían que…” Por debajo de los 40 grados de latitud sur, ya no hay ley, pero por debajo de los 50 grados, ni siquiera hay Dios”
En su libro “La longue route” (El largo viaje), Bernard Moitessier intenta expresar el importante significado para un marino de estos grandes cabos.
Debemos entender que la geografía de un marino no es siempre la del cartógrafo, para quien un cabo es un cabo, con su latitud y su longitud, mientras que, para el marino, un gran cabo representa a la vez un conjunto muy simple y a la vez extremadamente complicado de arrecifes, corrientes, fuertes mares y grandes olas, vientos suaves y vendavales, alegrías y miedos, fatiga, sueños, manos doloridas, estómagos vacíos, momentos maravillosos y algunos de extremo sufrimiento.
Un gran cabo, para nosotros, no puede ser expresado solamente por su latitud y su longitud. Un gran cabo tiene su alma, con suaves y violentos colores y sombras, un alma tan suave como la de un niño y tan violenta como la de un criminal. Y por eso se va allí.
Las mares que bañan estos cabos presentan casi todo el año un temporal tras otro, apareciendo bancos de espesas brumas cuando las tempestades calman, por lo que convertían a esos cabos en lugares casi impracticables, incluso para los más experimentados navegantes.
Los naufragios estaban a la orden del día, por ello, se convirtió en signo de suerte y pericia entre la marinería haber podido doblarlos.
Pues bien, explicado esto, vemos que la circunnavegación usando esta vía es considerada una gran hazaña de la navegación, por lo que una antigua tradición marinera, permitía el poderse colgar un aro en la oreja izquierda, cuando se había doblado el “Cabo de Hornos”
Un aro en la oreja derecha, si el que se había cruzado era “Cabo de Buena Esperanza”.
Un aro en la oreja izquierda si se había doblado el “Cabo Leeuwin”
Por lo tanto, era de máximo prestigio si se portaban dos aros en la oreja izquierda y uno en la oreja derecha, pues quería decir que ese marinero si había doblado los tres grandes cabos, o sea se habían dado la vuelta al mundo.
Hay quien cuenta, que los aros eran de plata, y que solo cuando se tenían los tres, estos podían ser sustituidos por uno grande de oro.
En todo caso, los navegantes que habían superado navegando a vela esa circunvalación, habían cumplimentado una gesta que les daba derecho a lucir los tres anillos en su oreja, o como hemos dicho uno de oro, y por lo tanto les proporcionaba unas prerrogativas muy especiales como eran el poder permanecer de pie ante los reyes, el poder poner los pies encima de la mesa del capitán cuando estaba sentado frente a él y el orinar hacia barlovento (contra el viento).
Buena Mar y hasta la vista
Fernando Suárez Cué
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