En los años 70 y 80 del pasado siglo, la Cofradía de Pescadores Santa Ana de Llanes honraba a los viejos marineros con una comida en el restaurante-merendero “El Mirador de Toró”.
Entre ellos, se encontraban marineros jubilados de Bustio, como Joaquín Peñil Díaz, Alejandro Sustacha, de Niembro, Ramón Noriega Fernández “Salero”, Manolo Fuentecilla, Manuel García González, Ángel Cue Inés, Martín Batalla Bustillo, de Llanes.
En aquellas comidas se entremezclaban variadas conversaciones, pero siempre salían a relucir los viejos tiempos.
Solía recordar Peñil que iban en una barquilla de remos, desde Bustio a Nueva, a buscar percebes. Se quedaban en Cuevas de Mar unos ocho días hasta que se les acababa el dinero para la comida. Entonces, llenaban los sacos de percebes, cargando aproximadamente 30 arrobas, que se vendían a 2,50 pesetas cada una. Remaban sin parar, soltando el remo solamente para echar un trago de la bota de vino o comer un trozo de pan. Llegaban a casa con las manos peladas y los pantalones hechos trizas.
También, “Salero” rememoraba sus comienzos en la mar, contando que se había embarcado a los 12 años en la lancha “Virgen de Guía”, que era de don Pepito García. Aquello era nuevo en su familia, ya que su padre no había sido marinero, sino panadero, y no se le olvidaba que muchas veces llegaba tarde a la lancha, pues no tenían reloj y su madre se guiaba por las campanadas de la iglesia. Asimismo, refería que iban al colegio de la Arquera calzando alpargatas, que a la primera gota de lluvia se quitaban, amarrándolas una con otra y colgándolas al cuello, para que no se mojaran y rompieran.
Todos estaban de acuerdo que en aquellos tiempos el pescado estaba muy mal pagado. Por ejemplo el bonito, que para pescarlo navegaban incluso más de 12 horas y pasaban fueran hasta cuatro días, lo vendían a real y a veces a 20 céntimos. El precio del besugo no pasaba de 3,50 la arroba, el cual ascendía a 7 en Nochebuena, pero para ello había que llevarlo a Gijón. Si bien, donde mejor lo pagaban era en Santoña, ya que allí había mucha industria y fábricas de conservas. Asimismo, el mero no subía de 40 céntimos.
Nunca faltaba la alusión a que de aquellas no tenían Seguridad Social, ni nada que los amparara, y a la necesidad de viviendas sociales.
Tampoco, se olvidaban del nostálgico recuerdo de las marmitas que se cocinaban en los barcos, con mucha y muy pasada cebolla.
Y, así, desgranando historias de los viejos tiempos, pasaban aquellas emotivas celebraciones.
Fuente, “El Oriente de Asturias”
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