En los tiempos que corremos, si cualquiera de los “efectivos” Sindicatos, que defienden los intereses del trabajador, se hubieran tropezado con mi “Ángel Custodio” (mi particular “Ángel de la Guarda”, que en mi caso es el Arcángel Rafael), a él le habría sancionado, y a mí, vaya usted a saber, por haberle hecho trabajar fuera de su jornada laboral, y a un ritmo desaforado cada vez que yo aparecía por la calle, porque cuidar de un inconsciente como yo, algunas veces, y a otros como yo, pues como que “tenía su aquel”
Os cuento, diciendo ante todo que lo que voy a relatar es verdad, y que en esta aventura no estaba solo, pues estaba mi hermano, estaba mi primo, y estaban un par de buenos amigos hijos de gente de la Mar, concentrados en el Sablín.
Todo empezó cuando una mañana y con un buen temporal del Oeste, en el Sablín empezaba a notarse la entrante de la marea.
Ante este evento, bajamos a jugar a un juego, del que no me acuerdo del nombre, pero que consistía en coger un palo, y cuando la resaca retrocedía, salir corriendo tras ella y clavar esa estaca lo más lejos posible y regresar antes de que te alcanzara de nuevo la marea.
Cuando la cosa perdía cierta emoción, entrabamos, como dicen en el circo, en el “más difícil todavía,” que consistía en hacer lo mismo, pero sin descalzarnos, ni de zapatos ni de calcetines.
¡Santa Ana bendita! Cuantos zapatillazos me costó ese jueguecito, porque mi madre, María Teresa Cué de la Fuente (“Teresina”), todo un compendio de amor, comprensión y protectorado, cuando llegaba al límite de este, nos largaba una zapatilla a tal velocidad y acierto, que ya quisiera la “Organización del Atlántico Norte” tener un proyectil intercontinental, o “doméstico” con esas eficientes características operativas.
Pero sigamos. Un día en que estábamos practicando unos de esos juegos de estrategia, uno de los componentes del grupo nos llamó la atención sobre una lata que estaba flotando sobre la cresta de las olas.
Nos acercamos y pudimos comprobar que no era la única. La resaca nos estaba arriando, hasta vararlas en la arena de la playa, una infinidad de latas de conserva entre las que se encontraban las de bonito en aceite, mejillones en escabeche, pero llevándose la palma las que contenían filetes de caballa en aceite.
Empezamos a recogerlas, llamándonos la atención el que algunas estaban tan hinchadas que parecían pelotas, mientras que otras solo estaban machacadas o presentaban unas más o menos profundas oxidaciones.
Empezamos a seleccionar y guardar las que nos parecían más presentables y cuando ya tuvimos unas cantas seleccionadas comenzamos a abrirlas con una piedra y un clavo, de carpintero grande, de esos que empleábamos para “jugar a los terrenos”.
Hubo algunas que en cuanto las agujereamos produjeron una especie de silbido, desprendiendo un olor a podre más que desagradable, que parece ser que todo se precipita cuando la bacteria, “Clostridium botulinum” (que al parecer es una cabrona productora de la toxina botulínica, el agente causal del botulismo y se desarrollan mejor en condiciones de escasa presencia de oxígeno), produce esporas resistentes al calor (termorresistentes), que en ausencia de oxígeno germinan, crecen y excretan toxinas, sin ningún pudor.
Otras se dejaron abrir, pero presentaban el producto con un aspecto muy turbio y con burbujas.
Terminando al final, con encontrar cuatro o cinco, que creo recordar, no tenían ni mal aspecto, ni mal color, ni mal olor, y sobre mal sabor, sabor que lo pudimos comprobar cuando nos decidimos a probarlas.
No estaban mal, y su sabor a caballa en aceite no nos era totalmente desconocido.
Me imagino que el atento Rafael, estaría de los nervios al prestarnos toda su protección, para sacarnos sin daño de esa situación un tanto anómala.
Al final, entre la protección del Arcángel, y unos estómagos que por lo visto eran como hormigoneras (podían y digerían por lo visto cualquier cosa), todo quedó en una anécdota.
Hay que ver cómo es la vida, pues hoy en día todo el mundo (menos yo, porque no escarmiento), lo primero que controla son las fechas de caducidad, y si esta se pasa en unas horas, rechazamos el producto.
Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
Foto (1) Lata hinchada.
Foto (2) Lata machacada.
Foto (3) Lata abollada
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