Aquella jornada soleada de enero, cuando María Concepción, de 27 años, soltera y vecina de Soto de Cangas, se subió al tren en Arriondas a las diez de la mañana no sabía que seis horas más tarde iba a perder la vida en las embravecidas aguas del mar de Llanes, localidad en la que había quedado citada con Jaime, de 47 años, viudo y miembro del Cuerpo de la Policía Armada con destino en Santander, que también se había desplazado por ferrocarril desde la capital de Cantabria para verse aquí con la canguesa.
Ya juntos, después de abandonar la estación, disfrutaron de un espléndido 6 de enero de 1958 en todo el Norte peninsular. Pasearon por la villa, nadie recordó hacerlos visto cogidos de la mano y en un bar compraron bocadillos. Caminaron por el malecón, la mar estaba embravecida, y se alejaron de la zona portuaria en dirección a la barra. Las personas con las que se cruzaron y las que paseaban por la otra orilla de la ría les advirtieron, les avisaron, del peligro que corrían si no volvían sobre sus pasos. Parecían ensimismados hasta que una imponente ola se los llevó por delante y segundos más tarde flotaban en el mar, en la peligrosa entrada de la ría, frente a la costa de San Antón.
El horror fue presenciado por numerosas personas que se encontraban en la orilla opuesta. Desde la Tijerina lanzaron una cuerda a la que se agarró Jaime, no así María Concepción que una vez retirada del agua era cadáver según dictaminó el médico Gabriel Sotres, que se encontraba presente. Desde el puerto había salido en auxilio una motora patroneada por Adolfo García, en la que iban embarcados los marineros locales Tiquiano Díaz, Quico de Diego ‘Quico Panza’, Alfonso Díaz ‘El Negrín’, Vicente Peña, Lucas San Román, Antonio Carriles, Manuel Patiño, Pepín Meré, Paco Carrandi, Francisco Herrero y Félix Rodríguez. Vestido, se había lanzado al agua el entonces joven Tomás Amieva Goti ‘Tomás el de la Marina’.
Acerca de la identidad del superviviente y la ahogada, Jaime Pando Lago y María Concepción Rodríguez Entrialgo, corrieron ríos de tinta y toneladas de saliva. La versión oficial apuntó a que eran novios, prometidos, y que se habían citado en Llanes para fijar la fecha y demás circunstancias de un próximo enlace matrimonial.
Traigo a cuento esta vieja historia llanisca porque hace apenas diez días, de nuevo con la mar embravecida, observé a un elevado número de personas tomándose fotografías en medio de imponentes olas que saltaban por la barra, que ahora tiene diez metros más de altura que la infraestructura que había en 1958.
El ser humano no escarmienta, no aprende, y la historia suele repetirse con relativa frecuencia. Aquí os dejo una fotografía de la antigua barra y otra de la actual. Esta última obra de Valentín Orejas. Saludos cordiales.