Era tarde, y aunque no recuerdo la hora, era tarde, quizá sobre la 01:00 h. o 01:30 de una cálida noche de verano, en la terraza de ese Café-bar, donde tanto recalábamos por la noche, tomando los últimos cacharros (“ginkases”), mientras conversábamos sobre lo ocurrido ese día y elucubrando, sobre lo que nos traería el devenir del siguiente, a los miembros de la pandilla, compuesta por Carlos mi hermano, mis primos Javier y Tanín, y un muy querido amigo Javier Herrero, una conversación muy animada, sentados culo a la cristalera y cara a la calle, que por aquel entonces era la carretera Santander-Oviedo., enfrente mismín del lugar donde hacían un alto los autocares del “Gijón-Irún”.
En la silla que yo tenía a la izquierda, la más cercana a la puerta del establecimiento, estaba sentado, ya relajado y reponiéndose del trabajo de todo el día, se encontraba, el que posiblemente fue el más célebre y mítico camarero de la Villa, y “alma mater” de esta historia.
Pues como os contaba, allí estábamos discutiendo sobre el “sexo de los Ángeles”, cuando enfrente nuestro y en el lugar, que como os he dicho “atracaban” los autobuses de ALSA, paró un coche, y descendió del mismo un señor, que por la forma en que se movía, me dio la sensación de que traía en el cuerpo una “maconada” de kilómetros, y que todavía le quedaban otros tantos por hacer.
Cruza la carretera con firme intención, pero, con cansino paso, dirigiéndose hacia la puerta del Café-Bar, con la sana intención de entrar en él,
Al ir a cruzar la puerta, el protagonista de nuestra historia alarga su mano izquierda y cogiéndolo al posible cliente por su brazo izquierdo, le pregunta muy educadamente…
- ”Perdone señor, ¿Sería tan amable de decirme lo que desea?
El viajero, quizá algo sorprendido, le responde, también muy educadamente:
- “Pues sí, no faltaría más. Quisiera tomar un café, bien cargado”.
Nuestro personaje, con elegante gesto y sin ningún titubeo, echa mano al bolsillo de su blanca chaqueta, y sacando unas monedas de este, se las deposita en las manos del asombrado viajero, diciéndole:
- “Mire señor, vaya un poco más arriba, al bar “Palacios”, donde le atenderán perfectamente, y sin ningún problema… ¡Convido yo… ¡Ya no quiero trabajar más!”
El paisano, que debería tener más kilómetros hechos, que el “Baúl de la Piquer”, con una sonrisa en los labios, y un gesto de comprensión, cogió las “perras” y dándole las gracias, se dirigió carreta arriba.
La pandilla quedó fuertemente impresionada y en silencio, ante aquel derroche de poder y dominio de una situación, con tan solo un gesto y dos palabras.
No me digáis, porque no pienso haceros caso, que los personajes con los que nuestra Villa, nos ha regalado no eran un dispendio de humor y genialidad, poseedores de unas mentes tan lúcidas como rápidas.
Como las vuestras, que no he necesitado ni citar nombres ni lugares para que hayáis sabido desde un principio de quien, y de que estoy hablando… ¿O me equivoco?
Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
Foto (1) El célebre y mítico camarero, “mocín” de la historia.
Foto (2) La terraza.
Foto (3) El interior.
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