Así que en cuanto dispuse de tiempo me dediqué a investigar, y tuve la suerte de encontrar en la Gaceta Oficial de Madrid de 7 de febrero de 1800 la crónica de aquel incidente de los cetáceos desorientados, que mucho después reproduciría en sus páginas el Correo de Llanes.
A la vista de los datos glosados en la publicación, antecedente del BOE, se pueden recrear aquellos hechos, que ponen de relieve la abundancia de mamíferos marinos en nuestras costas y, también, como ha cambiado el trato que dispensamos a los animales que tienen la mala fortuna de acercarse a la especie humana.
Por lo que he leído y lo que deduzco, al alba del día 10 de enero del primer año del siglo XIX , un rapaz -barrunto que sería de la aldea de Picones- descubrió una gran cantidad de lo que primeramente creyó que eran atunes, aunque más tendidos del lomo a la cola, y luego, al ver los espiráculos, delfines encallados en el abra del arenal de San Antonio. Los animales, que resultaron ser marsopas, cetáceos pequeños, de carácter dócil, color pizarra y con el hocico redondeado, lo que hace que la eterna sonrisa fijada en su cara sea en esta especie todavía más abierta, golpeaban con fuerza sus colas contra la arena y emitían recios bufidos, ante la angustia y la impotencia de no poder volver al mar. El ruido que generaban, que se escuchó a varias leguas, junto a los gritos del rapaz, que sospecho que había salido espantado de la escena, hizo que los vecinos del valle avanzaran de forma rápida, ruidosa y desordenada hacía la playa provistos de palos y herramientas para rematar, para acabar de matar a los bufandos que no fueran arrebatados por la marea que ya subía con ganas. Recoge la crónica que 138 cetáceos quedaron en seco y se aprovecharon para grasa y carne. También, cuenta la Gaceta que aquellas marsopas estaban huyendo de su mayor enemigo: el pez espada gigante.
En la actualidad, aunque sabemos incluso que los delfines se llaman por su nombre, no estamos seguros a que obedecen sus varamientos, se barajan diversos motivos: variaciones en el magnetismo de la tierra, los sonares de las embarcaciones, el acercamiento a aguas someras en busca de alimentos o simples infecciones de oídos que los desorientan.
Ignoro si la destacada “inteligencia” de los cetáceos los hace capaces de darse cuenta del cambio de nuestro proceder hacia ellos, desde el más cruento y brutal hasta el más amistoso y esforzado. Lo que si sé es que cuando siguen a los barcos y saltan girando sobre sí mismos y haciendo trazos en el aire, su diversión parece humana.
Maiche Perela Beaumont
Fotografía: Valentín Orejas
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Doña Maiche… desengáñese… acuden a conocerla a usted, conocedores de sus tempranos baños en el Sablón…
Gracias por su comentario… Pero a las pobres marsopas la playa, del Sablón, les pillaba un poco lejos..