Referente a la Mar, hay frases como las populares…” La mar como un plato”, “La Mar como un espejo”, o la muy llanisca frase “La Mar como una poza”, refiriéndose a que la Mar parece haberse dormido y no presenta el más mínimo movimiento, aunque estos efectos sean de corta duración.
Ahora bien, la frase “Calma chicha”, no es exactamente lo mismo.
La palabra “chicha” proviene del francés “chiche” (“escaso o parco”), que a su vez deriva de la palabra latina “ciccum” que significa «cosa pequeña o sin importancia».
Se denomina “Zona de calmas ecuatoriales” o “Calma ecuatorial”, al fenómeno climático que se sitúa a la par del ecuador terrestre, atribuido a los vientos suaves, que se denominados “calmas”, producen períodos de gran quietud cuando los vientos virtualmente desaparecen por completo, atrapando las naves a vela por períodos de días o semanas.
En la navegación a vela en los viajes transoceánicos, no era cosa de broma, pues algunas veces podía llegar a ser tan temida como las tempestades.
La “zona de calmas” ecuatoriales en inglés se denomina “doldrums”, palabra que proviene de “dold” (estúpido) y “rum” (rabieta infantil), como una forma coloquial de referirse al capricho del viento que en calma entorpece la navegación a vela
Había zonas terribles, donde los vientos se “iban a dormir”, y bajo un sol tórrido, la “calma chicha” podía llegar a durar días e inclusive algunas semanas, y con unos calores que llegaban a fundir las breas de las estopadas que afianzaban las tablas de la cubierta, consiguiendo, inclusive, abrir las tracas de la obra muerta del casco
Hay historias que lo corroboran. Por lo que no es difícil imaginarse esa tragedia.
He experimentado en dos ocasiones este efecto meteorológico, la primera en una regata, la “Ruta de la Sal”, cuando ya a la vista de la meta en el puerto de Ibiza, quedamos desventados por la isla de Tagomago, desde la 21:00 h a las 05:00 h. Desesperante.
La segunda fue en la regata “La Larga de las Medas”, donde debíamos recalar para pasar la noche en el puerto de Ampuriabrava, pero nada más doblar por babor el islote de “La Cuetera” (el más oriental de las Medas), el viento se nos va a dormir o nos desventó el islote, pero la realidad fue que la Mar se aplastó, y ahí nos tenéis, sin nada que se mueva, desde la 19:00 h. hasta las 01:00 h. añadiéndole a esta situación, la desagradable experiencia de que se nos viniera encima, tal como me dijeron, una turba de mosquitos procedentes de los aiguamols” (marismas), de ese protegido Parque Natural “Aiguamolls del Empordá” (Gerona), que podían comernos vivos. Tuvimos suerte, no pasó nada y aunque tarde, arribamos a puerto sin mayores problemas.
Como anécdota, os contaré lo siguiente.
Como toda la flota estaba en la misma situación, muchos restaurantes de “Ampuria brava” se mantuvieron abiertos a la espera de nuestra llegada, por lo que cuando entramos en uno de ellos, y no el peor precisamente, no nos pusieron, como podéis comprender, ningún impedimento.
Sentados los seis a la mesa, empezamos a consultar las cartas que nos trajeron, sin atrevernos, por educación, a pedir nada hasta ver por lo que se decantaba el patrón y armador del barco (“Calamar IV”), D. Enrique Julia, que al final era el que se hacía cargo de la alimentación de la tripulación.
Después de tenernos un ratín en vilo y sin saber que hacer, con esa socarronería que le caracterizaba, dijo como si no fuera con él… “Os comunico que aquí tienen un marisco insuperable”
¿Queréis que os cuente en que consistió la cena?
No creo que haga falta.
Buena Mar y hasta la vista amigos.
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