Entre los consejos para tomar baños de mar que va recogiendo “El Oriente de Asturias”, durante los últimos años de finales del siglo XIX, hay algunos que me llamaron especialmente la atención.
Así, sugerían que durante los baños se tenía que abandonar toda ocupación mental, comprendida la lectura de novelas, y dedicarse completamente al descanso, recreo y expansión.
Recomendaban que el tiempo más oportuno para los baños era para las personas jóvenes y fuerte desde la ocho a las once de la mañana; al contrario que para las débiles, nerviosas e impresionables, las cuales debían aprovechar las horas en que el agua estaba más caliente, que eran de las tres a la siete de la tarde.
Pasadas esas horas, el baño solo se lo podían permitir las personas muy sanas, y añadía que también los intrépidos nadadores que del mar habían hecho un segundo ambiente.
En cuanto a las notas sobre los trajes de baño, me sorprendió que, además de las exigencias que obligaba el decoro, hicieran hincapié en que era una práctica muy loable, ya que mediante los mismos se evitaban los efectos de la directa acción solar sobre la piel, que producían manchas encarnadas.
Mención aparte tenían los zapatos, que debían ser ligeros como las alpargatas de esparto, con el fin de no entorpecer la natación, resaltando que impedían las picaduras de los crustáceos y otros pescados. Recomendando, en caso de esas lesiones, hacer inmediatamente uso del amoniaco.
También, tenía su capítulo la cabeza, la cual era importante que estuviera cubierta por un sombrero de paja, preferiblemente de ala ancha, a no ser los que tuvieran mucho pelo, los cuales podían bañarse sin nada en la cabeza, pero en ese caso debían sumergirse muy a menudo la misma.
Y, como final, aconsejaban que a la salida del agua el mejor método para secarse era exponerse al sol, pero cubierto con una sábana.
Imagen, Archivo Fernando Suárez Cue
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