Esto que os voy a relatar, le ocurrió este cristiano por meterse en “camisa de once varas”.
Os cuento:
Una noche que volvía yo de una de esas fiestas de las que nuestro Concejo se muestra tan espléndido en su elaboración y mantenimiento tradicional, iba hacia casa tomando el camino del puerto para llegar a La Barra y subir por La Moria hasta “Santana”
Pues bien, según me iba acercando comencé a escuchar el ronroneo de un motor que señalaba que una lancha estaba a punto de partir.
Acercándome, vi que era la “Celesta” de Tajuelo, a la cual me acerqué para saludarles y vi que la cosa estaba “pelin” tensa, porque faltaba un tripulante y además era el encargado de traer el pan.
Poco tardé yo en ofrecerme a ir a la panificadora de la plaza Cristo Rey, y de paso darle una voz al que faltaba.
Recogí el pan, y me dirigí a la calle Mayor, a la “Casa de las Monjas”, a por el tripulante Llamé a la puerta, la cual me abrió su hermana, y nada más verme me dijo…” Pasa Fernandín. y a ver si lo levantas y lo sacas de la habitación que yo no hago vida de él”
Abrí la puerta penetrando en aquella destilería, cogí al bello durmiente por el dedo gordo del pie, y sacudiéndole, le dije… ¡Venga chaval, a la Mar”
Desde las profundidades del Averno, por estar durmiendo acunado entre los brazos de Baco, una voz cavernosa me respondió… “A la mar va a ir la p… tu madre”
¡Vale tío!, le respondí sin inmutarme.
Empecemos de nuevo, “Buenas noches, chaval, y que descanses. Mañana será otro día”.
Una vez en el muelle, informado el patrón de toda la “folixa”, y con una cara que había que verla, dijo… “Venga amarrar, que con un hombre menos, no podemos salir”.
Y ahí fue donde, empujado por no sé qué, se me ocurrió decir, “Taju”, voy yo y ayudaré en todo lo que pueda. Cuenta conmigo. Me miró, y respondió. Vale, muchas gracias, te pondrás en el puesto más cómodo.
Zarpamos ya sin más, y al llegar donde estaban los aparejos, trincamos la primera bolla, que si no recuerdo mal era la del Este, y ahí empezó mi primera experiencia como pescador profesional.
Para empezar, os diré, queridos amigos, que en una lancha de pesca no hay ningún puesto cómodo, y aunque a mi me puso el patrón detrás del halador, para ir arranchando el paño que subía, os repito que es un puesto de trabajo… ¿Pero de cómodo? … ¡Nada de nada!
Empieza la faena,
Me doy cuenta, desde un principio, que mis brazos son cortos y lentos ante el endiablado trabajo de aquella máquina, eso sin contar que cuando tu tirabas p’arriba, la lancha tiraba p’abajo, y entonces se unían la muñeca al codo, se subían al hombro, y si no andabas listo te “escornabas” contra la máquinina de “los esos”. Creerme, es así.
¿Cuántos músculos tiene el cuerpo humano? Ni lo sé, ni me importa, solo que por los que empezaron a dolerme solo en la espalda, debe tener una “maconada” de ellos.
Sigue la faena, y, como “Rambo”, ya “no siento las piernas”. De los brazos ya ni hablamos… ¡P’a que!, si no los tenía
Miraba a lo lejos, y veía la bolla del Oeste, y no lo entendía, no nos acercábamos a ella ni queriendo. Alguien se la estaba llevando hacia Bustio. ¡Palabrita del Niño Jesús!!
No podía ser, o alguien nos estaba “enciguando” o las relingas eran de goma y se estiraban como chicle, porque a mí, tal y como decía mi añorado amigo y maestro “el Negrin”, me empezaba a doler hasta el “sentimientu”.
Cuando al final trincamos la bolla de mis desvelos, que después me enteré de que se había encontrado a 1.500 m. de la otra (sí lo sé no vengo), no me lo podía creer, el mundo volvía a tomar una posición natural, y aunque esas horas empleadas en algo que me apasionaba me hubieran podido costar una semana de cama, no estaba dispuesto a abandonar, pues llegue a la conclusión que si había músculos que yo no sabía que existieran (mucha gente tampoco), y que si se sentían lacerados por tan noble trabajo, peor para ellos.
Cuando llegamos a tierra, fuimos a tomar un vino al “Recale”, pues bien, os juro por el “Espíritu de Snoopy”, que tuve que usar las dos manos, para levantar la copa.
Si podéis no vayáis, os lo dicen todos mis huesos
Este día me hizo ratificarme en el pensamiento que nuestra gente de la Mar, son seres superiores en este planeta, que los hace más fuertes, más constantes y mucho más sabios de ese mundo en el que se desenvuelven, ignoto, impracticable y terrorífico, incomprensible para muchos de los terráqueos que románticamente se acercan a él.
Un abrazo, buena Mar y hasta la vista amigos.
Fernando Suárez Cué
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