En la playa de Andrín, el día de San Agustín de 1991, hacia las seis de la tarde, entre varios bañistas que prudentemente se bañaban en la orilla delante de las gigantescas olas de la pleamar, una joven pareja fue alejándose cada vez más de la playa y acabó arrastrada por la corriente. Todo el mundo se puso en pie, observando angustiosamente como los dos bañistas no tenían posibilidad de regresar con vida a la playa. En ese momento llegó, como enviado del cielo, el socorrista Emilio Antuña Isla, cuyo arrojo dejó atónitos a los playistas, ya que aquello parecía un viaje sin retorno.
Su compañero, Juan Ignacio Mielgo Rodríguez, habló por radio con la Cruz Roja del Mar de Llanes pidiendo el envío de una lancha salvavidas.
El intrépido socorrista nadó hasta la pareja, pero ante la imposibilidad de volver a tierra se esforzó en intentar que se mantuvieran a flote.
Todas las esperanzas estaban puestas en la embarcación de la Cruz Roja, la cual llegó 25 minutos después y trajo a la playa sanos y salvos a la pareja y al socorrista. La lancha venía desde Barro, donde estaba realizando labores para recuperar el cuerpo de un joven que se había ahogado cogiendo percebes.
Imagen, Valentín Orejas
0 comentarios