ECHAR UN POLVO

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 Antes de que empecéis a pensar cosas inapropiadas para el tema que nos ocupa, vamos a empezar por la definición de “rapé” (del francés “rapé = rayado), y que no es ni más ni menos un preparado a partir de las hojas de la planta del tabaco (Nicotiana tabacum) secas, molidas y habitualmente aromatizadas, dispuesto para ser consumido por vía nasal., y por lo que actualmente se comercializa bajo el nombre de “tabaco de aspirar”.

En la casa de mis tías en “Santana”, había una colección de cajinas, de distintos materiales, como el acero, la plata, el nácar y cristal, a cuál más guapa y que me encantaban. Preguntando para qué servían, me dijeron que era para guardar en ellas el “polvo del rapé”, aunque alguien, con la retranca de los de “Sanrtana” me contestó… ¡Para echar un polvu!, y se me quedó una cara de “amomiau” que para qué. Moviéndome la curiosidad, de donde vendría semejante frase, me enteré de lo siguiente que voy a contaros.

El “rapé” es una medicina sagrada usada desde hace miles de años por diferentes tribus que pueblan el Amazonas, y una gran herramienta para calmar la mente y conectar con la esencia del universo.

El rapé está compuesto principalmente de tabaco finamente molido y tamizado, cenizas de fuego ceremonial, y otras plantas sagradas que determinan su sutil alquimia.  El resultado es un finísimo polvo especiado, en el cual se pueden percibir los cristales de las plantas.

Si bien cada receta de rapé se prepara con diferentes plantas, el abuelo tabaco, siempre está presente salvo en contadas excepciones, ya que ayuda a ordenar, integrar y equilibrar a las otras medicinas y direccionarlas con un propósito específico.   

Aunque el origen de esta frase tiene divididos a los propios expertos en etimología, la mayoría de ellos, apuestan a que procede de la costumbre, ampliamente extendida en los siglos XVIII y XIX, de consumir entre las clases burguesas y aristocráticas el polvo de tabaco conocido como “rapé”.

Este polvo de tabaco altamente triturado y con aromas añadidos, como ya hemos dicho, para que su absorción fuese más gustosa, era aspirado por vía nasal (esnifado), y la inhalación de este tabaco provocaba en un acto reflejo, estornudos violentos, toses y carraspeos, que buscaban la expulsión de la droga en unos actos muy poco elegantes, y por lo tanto muy poco recomendable de manifestar en público, especialmente en presencia de las damas, por lo que para ello, los caballeros que lo consumían en las fiestas y reuniones de sociedad se retiraban más o menos discretamente a otra estancia, con la intención de echarse “unos polvos a la nariz”, o dicho de otra forma, los varones nobles salían discretamente a “echar un polvo”, pues así lo empezaron a llamar, durante esos minutos que se ausentaban para luego volver a la sala.

Era equivalente a nuestra actual pausa para “echar un pitu” en casas, bares y oficinas.

Ahora bien, como por regla general algunas veces no pensamos una buena, o si, vayan ustedes a saber, con el tiempo, esa excusa para ausentarse de la reunión comenzó a utilizarse también para poder tener fugaces, apasionados y románticos encuentros amorosos con la enamorada de turno, quien esperaba al fogoso caballero en otra sala.

Pero no transcurrió mucho tiempo, para que estos amorosos encuentros “damacamelianos”, pasaran a mayores, entrando en el juego diversos actos sexuales con copulaciones incluidas.

De ahí que, al convertirse en una práctica más o menos común, propició que cuando dichos caballeros, en uno de esos encuentros fugaces pero intensos en íntimo contacto sexual con su amada, fuera echado en falta y se preguntara por su paradero, siempre había alguien, un buen amigo, que respondía que se había ausentado para “ir a echar un polvo”, por lo que se acabó por aplicar este término y el desplazamiento semántico “echar un polvo”, se convirtió ya en la figura lingüística que todos conocemos y sabemos a qué se refiere         

Hay otra hipótesis del profesor Gabriel Laguna Mariscal (profesor titular de Filología Latina en la Universidad de Córdoba), que apunta directamente como origen de la expresión “echar un polvo” a la fórmula litúrgica “Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris” (Recuerda hombre, que eres polvo, y que al polvo regresarás). Popularizándose la frase en “Polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos” y es ese “del polvo venimos”, el cual se transforma en sinónimo de acto sexual.

Pero esta explicación me gusta menos.

Buena Mar y hasta la vista amigos

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