Si yo tuviera que representar en mi “tótem” a los tres animales que más me gustan, dentro de las maravillosas formas que nos presenta la Naturaleza, ya sea por su planta, por la elegancia de sus movimientos o por su fuerza, sin ninguna duda citaría al toro bravo como animal terrestre, al tiburón blanco como animal marino y a la gaviota como representante de los animales aéreos, que no han dejado de llamarme la atención y provocado a seguir sus movimientos cuando he tenido la ocasión de hacerlo.
Siempre me ha parecido muy entretenido el contemplar el comportamiento de las gaviotas, y mientras lo hacía, me encontré alguna que otra vez, con la presencia de un pájaro de color oscuro, que más me pareció un ave de presa, “espatuyando” alrededor de ellas, sobre todo cuando las gaviotas se estaban alimentando, aprovechando los descartes de pescado que se echaban a la Mar durante el palmeo y limpieza de los aparejos de los barcos de durante su regreso a puerto.
Hace muchísimos años (¡Uf!, estamos hablando del pasado siglo), durante una de las múltiples veces que siendo un criu de siete años salí con mi tío Baltasar Cué de la Fuente (tiu “Batá”), a la Mar en su lancha “Aurora”, vi por primera vez el espectáculo que se traían una gaviota y una especie de negrón pájaro de presa, que, en una espectacular danza aérea, efectuaban todos los giros y movimientos que uno se pudiera imaginar, y que ni los mejores pilotos de los aviones de combate de hoy día, pueden emular. Llamando la atención de mi tío, y preguntándole que podía ser, me dijo que era un “cágalo”, que ya estaba dándole la lata a la “probitina” gaviota.
Luego me enteré que el llamado “págalo”, es un ave marina migratoria, similar a una gaviota grande, con alas puntiagudas y coloración oscura, aunque existe una gran variación en la coloración del plumaje de los adultos, en función de la época del año, la edad y la fase de plumaje, existiendo individuos en fase oscura, clara e intermedia, según la extensión de la coloración pardo-grisácea y blanca que presente su manto, siendo los individuos de plumaje claro los más comunes, ya que representan el 90% de la población, y los plumajes en fase intermedia los más raros.
El número de especies de págalos no está determinado ya que, de los cinco tipos conocidos, dos o más pueden ser la misma especie.
El adulto en fase oscura se muestra completamente negruzco, con el cuello ligeramente amarillento, y se calcula que puede vivir más de treinta años
Su pico es bastante largo, con la punta curvada, y sus pies son palmeados con garras afiladas. Los págalos, como ya he dicho, parecen gaviotas grandes y oscuras, pero poseen una membrana carnosa o cera sobre la mandíbula superior que las diferencia de estas.
Su tamaño en vuelo resulta similar al de una gaviota, destacando, como ya hemos apuntado, sus alas largas, bastante anchas y puntiagudas, exhibiendo un vuelo muy rápido, directo, poderoso, por medio de aleteos bien calculados y regulares, sin que parezca que le cuestan el más mínimo esfuerzo. Son aves fuertes y acrobáticas.
Aunque son capaces de alimentarse por ellos mismos, a menudo de aves marinas más pequeñas, incluidos las gaviotas tridáctilas y los frailecillos, tampoco desechan, cuando tienen ocasión para ello, de atacar los nidos de otras aves en busca de sus polluelos o de los huevos, de los que son unos verdaderos depredadores. Puede cazar casi cualquier otra ave, incluso cisnes ya sean solos o trabajando en equipo.
Son aves de tal agresividad, inclusive con el hombre, que estando cerca de sus nidos más de un incauto se ha llevado graves picotazos en la cabeza.
De chicu creí “a pies juntillas”, pues así me lo contaron muy seriamente, que este animal fue el resultado de un “ardiente lio” que tuvieron una vez “una águila” y un “gaviotu”, y hoy día… ¿Qué queréis que os diga?… ¡Pues eso!… ¡Pues vaya usted a saber!… Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”
Los págalos, llamados también “skúas” (del feroés “skügver” = «mechón de plumas»), se caracteriza por su gran tamaño y agresividad, es un ave depredadora y oportunista. especializada en el parasitismo alimentario hacia otras aves, como alcatraces, alcas, y sobre todo a las gaviotas, a las que atacan y acosan hasta que suelten la presa, o regurgiten lo que lleven en el buche, cuando estos animales regresan a sus nidos con el buche lleno y lentos movimientos.
Esta acción, es la que se denomina “cleptoparasitismo” (literalmente, “parasitismo por robo”), que es una forma de alimentación en la que un animal se aprovecha de presas o alimentos que otro animal ha capturado, colectado, matado, o preparado.
El nombre científico de “stercoráriidae” incorpora este vernáculo y además el de “stercorarius” (del latín “stercus”, excremento), ya que cuando se describió la especie se quiso hacer referencia a que su alimento era el que, en otras aves perseguidas por los págalos, iba a ser convertido en excremento tras la digestión si no les hubiese sido arrebatado por esos agresivos pájaros.
Denominado en nuestras costas como “cágalo”, ataca y acosa hasta que la víctima totalmente aterrorizada y con ganas de escapar, aligera su peso regurgitando (“cagando”), lo que lleva en su buche, de lo que se aprovecha el agresor devorándolo en el aire. De ahí su nombre entre nosotros: “cágalo”.
Pescando en alta Mar, los he visto evolucionar en el aire, inclusive efectuando vuelos invertidos para atacar a sus presas desde abajo, o a las gaviotas haciendo lo mismo para defenderse. Vuelos consistentes en giros cerrados especialmente espectaculares, y con unos rápidos cambios de altitud verdaderamente asombrosos, ya que lo mismo se deja caer como una piedra hasta tocar el agua, haciendo picados hasta de más de 80 km/h., como se eleva como un cohete.
Hemos dicho que son aves migratorias, que pasan la mayor parte del año en alta Mar, aunque a menudo las tempestades le conducen a tierra, asentándose en tierra sólo para criar, armando para ello sus nidos en islas, islotes, promontorios y acantilados rocosos, o marismas costeras. Sus nidos son un simple hueco en el suelo, y su puesta no acostumbra a ser de más de dos huevos.
Pero al parecer algunas ya no tienen necesidad de hacer estableciéndose un nuestras costas, o en estancias más prolongadas, o como fijas, como estas que llegué a contemplar, que posteriormente me dijeron que habían visto los nidales de hasta tres parejas, muy bien protegidos de las inclemencias del viento y la Mar, en los acantilados de entre “Punta Mohosa” o de “Santa Clara”, y la ensenada de “El Gordo“ en nuestras llaniscas costas, . He dado alguna que otra vuelta, paseando por esa zona, y la verdad es que no he visto ninguno de los nidos, aunque me imagino que debe de ser cosa harto difícil, por esa habilidad que tienen de mimetizarlos con su entorno.
Buena Mar y hasta la vista.
Fernando Suárez Cué
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