EL HABLAR DEL MARINERO

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Creo sinceramente que hay una realidad tangible, y es la diversa y vasta sonoridad del hablar de la gente de la Mar, y no es ninguna necedad, el manifestar que los marinos son extremados, tanto en su modo de hablar como en su manera de vivir. ¿Quién no sería así, si al ir a efectuar su dura faena, sabe que tiene la posibilidad de no volver?

Cada cosa, movimiento, o inclusive cada momento, tiene un nombre propio, que lo define perfectamente y lo diferencia del resto de todo lo que le rodea, ya sea divino o humano.

Hasta tal punto llegan a influenciar, estas palabras marineras entre los “terrícolas”, que es sorprendente la cantidad de giros y locuciones auténticamente marineras existentes entre ellos, y hasta tal punto, que lo que creemos palabras nuevas, que nos han venido de fuera, no ha sido otra cosa que antiguas palabras del vocabulario marinero, que fue en principio llevados por ellos en sus innumerables rutas y singladuras, para ser recuperadas posteriormente, cuando el devenir de la vida las ha hecho necesarias.

Nos basta recordar, que cuando hablamos del ferrocarril, al tándem se le llama carbonera; al talón se le denomina flete; al furgón de equipajes, bodega; a los andenes, muelles, y los viajeros no toman el tren, sino que embarcan en él.

En los tanques, se habla de torreta, y en la aviación hay proa, babor y estribor.

Hablamos de halar y no tirar; izar, por elevar o hacer subir algo; arriar, a lo contrario; arrollar, en lugar de enrollar; tesar, y no tensar; amollar, por aflojar; gobernar, por dirigir y timonear o patronear, encapillar, a lo que se coloca por la cabeza y hablamos de pasajeros, y no viajeros.

Toda esa forma de expresarse además fue enriquecida por la aceptación generalizada, al llegar al Nuevo Mundo, de voces caribes como fueron hamaca, canoa, huracán y cayo, como poco más tarde, y debido a los desplazamientos hacia el interior del continente americano, tomamos como nuestras, palabras de origen mexicano como petate, mecate, cabuya (cuerda delgada y algo burda que se elabora con fibra de pita), que se usa para atar), y cabuyería, como el arte de elaborar cuerdas, nudos, o tejidos artesanales, con cabuyas.

La marinería se expresa de unas formas más que curiosas y particulares, como cuando se dice “embarca”, en lugar de embarcad, y lo mismo para “alza”, en lugar de alzad, “arranca”, en lugar de arrancar, o “cía” y “para”, en lugar de ciad o parad, ya que, eliminando la segunda persona del plural y aplicando el imperativo cuando se manda algo, la orden resulta más tajante, provocando, así, un obligado y rápido cumplimiento.

En cambio, hay una tendencia en identificarnos con la esencia del mismo buque (siempre he dicho que los barcos poseen alma, pues se quejan cuando los maltratas), usando el plural (él y nosotros), de tal forma que fondeamos, salimos o capeamos el temporal, excepto en el caso del patrón o del capitán, a los que se aplica solamente el singular, ya que él, si fondea, sale o capea el temporal. Ya conocéis esa famosa frase de… ¡El buque soy yo!, o… ¡Por encima de mí, solo está Dios!

Hay matices muy particulares como el decir que, en una lancha, una persona o una cosa puede “estar a popa”, pero solamente “en popa”, pueden estar la embarcación, el viento o la Mar.

Decimos que se “toma el tiempo”, se “toma el horizonte”, o “la boca” de un puerto cuando se oscurecen o se cubren por cerrazón o nubes, y “tomar un agua”, naturalmente, no es beberla, ni siquiera achicarla, si no que significa una rotura, agujero o grieta que se produce en los fondos de un buque y por el que entra la Mar. Por lo que “tomarla” equivale a atajarla, ejecutando todo lo necesario para impedir su entrada.

Fascinado por este vocabulario, ya el “Fénix de los ingenios”, Don Félix Lope de Vega Carpio, llega a embriagarse de esas palabras, como demuestra en los épicos versos del “Arauco domado”, gustando con frecuencia de abusar del tecnicismo, como en estos versos que rezan:

Arde el bauprés, mesana, árbol, trinquetes,
como si fueran débiles tomizas.
coronas, aparejos, chafaldetes,
velas, escotas, brazas, trozas, trizas,
brandales, racamentos, gallardetes.
brioles y flechates, son cenizas.
amantillos, bolinas, y cajetas.
estay, obencaduras y jaretas.

Por último, unas denominaciones:

Chafaldete: Cabo que sirve para cargar los puños de gavias y juanetes llevándolos al centro de sus respectivas vergas.

Jareta: Es el cabo que con otros iguales sujetan el pie de las arraigadas y de la obencadura. Atraviesan de una banda a la otra por debajo de la cofa.

Brandal: Cabo de proporcionado grueso con que se sujeta los mastelero y mástiles hacia popa en la mesa de guarnición respectiva en ayuda y después de sus obenques.

Racamentos: Especie de collar que sirve para unir las vergas a sus palos o masteleros para que pueda correr a lo largo de ellos.

Flechaste: Pedazo de meollar (cordel) que sirve como escalón, entre dos obenques o cables. formando una escala de mano formada para subir y bajar de los palos o mástiles de un buque.

Jarcia: Conjunto de los aparejos y cabos de una embarcación.

Obenque: Cabo grueso que sujeta el extremo más alto de un palo o de un mastelero a los costados del buque o a la cofa correspondiente.

Gallardete: Bandera pequeña, larga y rematada en punta, que se utiliza como insignia, adorno o como señal en los buques. (“En la cima de los mástiles ondeaban los afilados gallardetes»)

Relinga: Cabo que se une o cose y con que se refuerzan las orillas de las velas. Toma el título o denominación de cada una de aquellas.

Brioles: Cabos para cerrar o recoger las relingas de las velas de cruz.

Es tan fémina el agua, que, a su contacto con nuestra piel, nos gusta caliente.

“Tan femenina es el agua, que luego nos arrebata el placer de poseerla”.

Buena Mar y hasta la vista. 

Fernando Suárez Cué

Bibliografía:
“El lenguaje marinero”. D. Julio F. Guillen. Real Academia Española.
“Enciclopedia General del Mar”.
“El Buque en la Armada Española”

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