En el centro de Pendueles, ese pueblo entre la sierra plana de la Borbolla y el mar Cantábrico, se cuelan los ojos a través de una verja que, tras un abandonado jardín, deja ver unos armazones herrumbrosos de lo que fue una suntuosa edificación de planta rectangular y tres pisos, cuyos cuerpos laterales y el central estaban totalmente acristalados con vidrios de colores, y bellos jardines con fuentes, surtidores y grutas, capilla, caballerizas y pabellón de caza. Se trata de las ruinas del Palacio de Mendoza Cortina, cuyas iniciales, MC, todavía se conservan en la puerta de cierre. Aquella regia mansión rebosante de luz natural, paradigma de la Arquitectura de Hierro y Cristal, novedad absoluta en el concejo, la comenzó a construir Francisco Mendoza Cortina nacido, en el año 1815, en esa localidad de la rasa costera del extremo nororiental de Llanes.
El Sr. Mendoza, después de emigrar a México, donde hizo una gran fortuna y destacó por sus importantes contactos con el efímero imperio de Maximiliano, regresó a España y fue nombrado conde, el primero de su nombre, por Alfonso XII. Entonces, se dedicó a la política, llegando a ser senador y diputado por Asturias y, también, benefactor de Pendueles, que le debe, entre otras cosas, las escuelas, el cementerio y la torre de la Iglesia. Además, se hizo muy popular por poseer una importante colección de carruajes.
Le sucedió, a falta de descendientes directos, en bienes y título su sobrino Gabino Mendoza Fernández que, siguiendo el sueño de su tío, amplió y amuebló la mansión familiar, sobresaliendo, según refiere una crónica del Oriente de Asturias del año 1885, “la caoba y las maderas finas que se veían por doquiera”.
El Palacio de Mendoza Cortina, que luego se conocería como de Santa Engracia, al casarse una hija de Don Gabino con el conde de ese título, se habitaba cada año de julio a noviembre, pero a partir de 1922 comenzó a utilizarse solamente en el mes de agosto.
Al estallar la guerra civil se convirtió en un hospital de sangre. Después del periodo bélico, por ser de amplias dimensiones y distribución adecuada a las necesidades de un edificio sanitario, sirvió de hospital para tuberculosos. Cuando el establecimiento de enfermedades infecciosas se trasladó, la familia prescindió de la casa para los veranos, y únicamente fue frecuentada la zona del jardín.
Lo último que escuché sobre el palacio fue que, dentro de una operación inmobiliaria, existía un proyecto de restauración, pero según parece quedó en nada.
Y así, en estado de desolación y ruina, como tantos otros, se encuentra el Palacio de Cristal de Pendueles, otra maravilla arquitectónica alzada con la fortuna que vino del mar, de las que jalonan nuestro concejo y nuestra historia.
Imágenes,Valentín Orejas Y “El Oriente de Asturias”
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