En el Atlántico Norte, entre el Reino Unido, Noruega e Islandia, existe un pequeño archipiélago, territorio autónomo de Dinamarca, que conforman 18 islas de origen volcánico, predominantemente montañosas, con acantilados que sirven de hábitat a miles de aves marinas. Se trata de las Islas Feroe, las cuales tienen menos de 50.000 habitantes y su economía depende fundamentalmente de la pesca y su industria derivada, contando con un estado de bienestar y un índice de desarrollo muy elevado.
Estas islas, como recogen los tratados de la Unión Europea, no forman parte de la misma, además un protocolo del tratado de adhesión de Dinamarca a las Comunidades Europeas estipula que los nacionales daneses que residen en las islas Feroe no se consideran nacionales daneses, por lo tanto no son ciudadanos de la Unión Europea. Asimismo, no están cubiertas por el acuerdo de Schengen, pero sorprendentemente no hay controles fronterizos cuando se viaja entre las islas Feroe y cualquier país Schengen.
Escrito lo anterior, lo que yo quería contar es que este pequeño “paraíso” de tan pocos habitantes, pero muy espabilado a la hora de negociar con Europa, decidió este año unilateralmente, juntamente con Noruega, aumentar sus cuotas de caballa un 55%, y de nada sirve que las organizaciones de la Industrias de la UE adviertan que la pesca de la caballa podría aumentar hasta un 42% más que el umbral científico recomendado para la salvaguardia de la especie.
Además, este “paraíso de la sobrepesca”, cuenta con una tradición ancestral, el grindagráp, una práctica que ya regulaba una ley feroesa de 1298, que consiste en acorralar con barcos y motos de agua un banco de pequeños cetáceos en una bahía que, una vez al alcance de los pescadores, éstos matan con cuchillos. Suelen ser ballenas pilotos, también llamadas calderones, pero el domingo 12 de septiembre, les tocó el turno a 1.423 delfines de flancos blancos, destacando en esta ocasión el número de mamíferos sacrificados, ya que se trató de una cantidad más de seis veces superior a la caza habitual para todo el año, sumado a que muchos de ellos fueron arrollados por las lanchas a motor, golpeados con sus hélices.
En el pasado esta caza se hacía para obtener alimento y sustento, pero en los últimos años la carne de estos animales casi no se consume por diversos motivos. Uno de ellos es la elevada cantidad de mercurio que hay en el agua, que contamina la carne. Otros son, en parte, los cambios en la alimentación de la población y una mayor importación de productos.
En las fotos y vídeos difundidas de la matanza, que en horas han dado la vuelta al mundo, se aprecia un mar teñido por la sangre de los cetáceos muertos y los enormes cortes en sus cuerpos.
Es absolutamente espantoso en los tiempos en los que nos encontramos ver un ataque a la Naturaleza de esa magnitud y ese total desprecio por la conservación de las especies.
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