Hace unos días, me refería a un cuento de Baltasar Pola en el que nos relataba el apasionado conflicto amoroso entre Turbina, la diosa del Cuera, y Neptuno, el dios del Mar.
Entonces, yo me atreví a añadir que, en un arrebato por los desplantes de la reina de la sierra, Neptuno había, a golpes de tridente, originado los bufones.
Esta vez me voy a aventurar todavía más, y les cuento que, en vista de la ineficacia de sus anteriores gestos, el rey de todos los mares cambió de táctica para conquistar a la altiva divinidad del Cuera.
Así, para acercar todavía más el mar a la diosa de la montaña llanisca, creó las playas interiores, de aguas aturquesadas, rodeadas de un paisaje rocoso de caliza y hierba de incontenibles verdes.
Tampoco con ese regalo logró el hermano de Júpiter su propósito, limitándose Turbina a mirarle de una manera menos desdeñosa que la usual.
En la actualidad, cientos de años después, los turistas siguen preguntando ¿qué hacen esas playas en medio de los prados? y nadie es capaz de explicarles que Gulpiyuri y Cobijero son fruto del romance más trascendental de la prehistoria de la Europa Occidental.
Imágenes, Valentín Orejas
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